El pasado 24 de octubre se celebró en Sepúlveda, Juzgado de Instrucción número 1, el juicio contra Datxu Peris, animalista y concejala de Catarroja, Valencia. Se trataba de una demanda civil por derecho al honor interpuesta por la grotesca Fundación del Toro de Lidia en representación de la familia del torero Víctor Barrio, fallecido en la plaza de toros de Teruel, en junio de 2016, al ser embestido por el toro al que torturaba con saña y sin piedad, es decir, al que toreaba.

Datxu había escrito en redes sociales algún comentario negativo respecto del torero, y había mencionado como “positivo” que al menos ese torero iba a dejar de matar. Ignoro los detalles de esos comentarios aunque los imagino. Y me admiro de la enorme susceptibilidad que caracteriza a algunos cuando de su honor o de sus intereses se trata, y de la enorme insensibilidad que muestran esos mismos cuando se trata de la dignidad o de los derechos de los otros. Me asusta tanta inconsciencia y me repele esa inquina de quienes son incapaces de mostrar un ápice de compasión respecto de cualquier cosa que no sea propia.

Entiendo perfectamente el dolor de la familia del torero muerto, por supuesto. Ninguna consideración puede ser, subjetivamente, prioritaria con respecto de ese dolor. Y le respeto. Probablemente sean incapaces de entender a un animalista, que no lo son los de esa absurda fundación es totalmente seguro.  Si me dedico a meter la mano entre las llamas con cierta frecuencia corro mucho peligro de quemarme, y eso no es una tragedia incontrolable ni debida al azar; muy al contrario, es la consecuencia lógica y directa de una acción que llevo a cabo de manera temeraria. Pues lo mismo es el toreo. A pesar de que los animales, por más que hablen de lucha entre iguales, no tienen posibilidad de sobrevivir. Su muerte y su suerte están sentenciadas a priori. Pero aun así hay peligro. Peligro que no es bravura ni fiereza, sino simple instinto de supervivencia.

Lo que Datxu escribió, estoy segura, para nada se refería a la persona, sino al torero. Interponer esa demanda me parece de un surrealismo difícil de digerir. Sabemos muy bien lo que suelen decir algunos de la derecha taurina, que es la derecha más rancia y monolítica, heredera de las sacrosantas tradiciones y todo eso que nos sabemos ya a pies juntillas. No se andan con rodeos cuando hablan, por ejemplo, de los catalanes, o de los “rojos”, de los ecologistas o de los mismos animalistas. Para ellos no sólo es fácil desear la muerte a quienes piensan de otro modo, sino que se dedican, de un modo u otro a ejercerla directamente.

Los comentarios de los trolls o topos que frecuentan este diario y que bombardean con comentarios insidiosos a quienes exponen argumentos contrarios a sus ideas son mucho más soeces que lo que pudo escribir Datxu; a mí misma me han llegado a escribir barbaridades realmente disparatadas, dislates que realmente espantan y asustan. Reitero, por tanto, que los comentarios de una mujer en las redes sociales mostrando su indignación porque le duele en sus entrañas la crueldad a la que los toreros someten a seres vivos inocentes son, como poco, muy entendibles. Aunque también es verdad que a veces se pueden leer, de parte de supuestos animalistas, verdaderas burradas. Son casos, estoy segura, de topos que, haciéndose pasar por animalistas, lo que buscan es desprestigiar el movimiento creciente de personas concienciadas con el respeto a los animales y con el antiespecismo en este país. Porque nadie es, realmente, más pacifico que alguien que defiende el derecho a existir de todas las vidas.

Y cuesta creer, por otra parte, que se juzgue y se siente en el banquillo a una mujer por mostrar su indignación contra los que se dedican a matar rumiantes pacíficos, mientras que media plana del partido en el gobierno esté imputada en casos de corrupción y aquí no ha pasado nada. Realmente estamos en un país de fuertes contrastes y grandes sinsentidos. Parece que se castiga la sensibilidad y la compasión, y que se premia la bestialidad y la inconsciencia.

Sea como sea, yo también soy Datxu. Porque defiendo la libertad de expresión. Porque defiendo a los animales. Porque no soy especista, sino que sé que la evolución de las especies está más que demostrada, y porque sé que los seres humanos no somos reyes de ninguna creación, sino una especie más, la más voraz, que habita este planeta tan desolado. Porque defiendo el derecho a una vida digna y tranquila de todos los seres vivos. Porque entiendo que nadie tiene derecho a quitar la vida de manera indiscriminada a ningún ser sintiente, de la especie que sea, y menos en una situación de total indefensión y soledad. Es un biocidio, un crimen contra la vida y contra el sentido más burdo y primario de la moral, aunque, como decía Voltaire, los que nos venden la moral nada dicen en sus arengas al respecto.

No estamos aquí para matar, ni para destruir, ni para desolar, ni para ejercer torturas ni crueldad. Estamos aquí para evolucionar, para respetar, para mejorar, y sobre todo para amar. “El único deber que conozco es amar”, decía Albert Camus en El Hombre rebelde. No me importa si un animal es capaz de razonar, sólo sé que es capaz de sufrir y por eso le considero mi prójimo, decía Albert Schweitzer. Por todo esto y por mucho más, insisto, yo también soy Datxu.