Por encima de los temas políticos, y quizá sólo a la altura de la condena por hacer chistes sobre un genocida, esta semana el gran tema de debate en nuestro país ha sido la declaración de Gerard Piqué sobre el palco del Bernabéu. El que los grandes clubs de fútbol, como el Real Madrid o el Barcelona, son una herramienta utilizada por sus dirigentes para hacer negocios y conseguir favores políticos, es una cuestión que admite tan poca discusión como que es más fácil ponerse moreno de día que de noche. 

El que la gente importante se reúna para hablar de cosas de mayores en el mismo lugar donde se entretiene a la plebe con el circo, es un invento incluso anterior a los romanos, por eso resulta tan increíble como cansino que a estas alturas aún quede gente tan inocente o tan vendida que lo ponga en cuestión. La pregunta que nadie parece haberse hecho estos días y que, al menos a mí, me molesta supinamente, es que, encima, lo hagan gratis. Mientras los socios del Real Madrid y del Barcelona (que, como el Athletic de Bilbao y el Osasuna, no son sociedades anónimas) se dejan buena parte de sus tristes sueldos para poder recibir en vivo y en directo su dosis de aturdimiento, los potentados y los influyentes ven los partidos gratis y a todo lujo en sus palcos-oficinas.

Sé que no le viene de ahí, pero me gustaría saber si el señor Florentino Pérez pagó de su bolsillo  el billete del viaje que hizo a Barcelona junto al presidente del Gobierno, para hablar con los empresarios catalanes sobre el asunto ese de la independencia. Que hay que tener poco ojo o extremo descaro, para ir de la mano de Rajoy en un viaje oficial justo esta misma semana y a Barcelona. Líbreme Darwin de pensar mal, pero que el gobierno tardara menos de un mes en devolver a ACS (empresa de Florentino Pérez) 1.350 millones de euros por cerrar el almacén de gas del proyecto Castor (sobre el que la empresa del presidente del Real Madrid hizo mal los estudios previos) y, en cambio, tarde de media más de un año y medio en reconocer y comenzar a pagar unos miserables cientos de euros a los solicitantes de las prestaciones de la ley de la dependencia, da mucho que pensar.

Evidentemente, en el palco del Fútbol Club Barcelona se intentan los mismos tejemanejes que en el del Santiago del Bernabéu, la única diferencia es la escala. La capital, donde se unen y reúnen los tres poderes del estado con los directivos de las principales empresas, supera con mucho en volumen e importancia a los otros anfiteatros del país. Por eso, propongo que ya que van a seguir haciéndolo, al menos que paguen por ello. Los clubs de fútbol, como mínimo los que siguen siendo propiedad de los socios, deberían establecer un baremo del precio de los asientos de sus palcos, en función del volumen de negocio y de los políticos influenciables a los que tienen acceso.   

Y, ya puestos a soñar, tampoco estaría mal que, lo mismo que hace con los empresarios que van a hacer negocios al extranjero, el presidente del Gobierno acompañara y pagara de su bolsillo (es decir, del nuestro) el viaje de los españoles que se ven obligados a emigrar en la búsqueda de un puesto de trabajo. Nos dijeron que los ricos, como los pobres, también lloran; pero se les olvidó advertirnos que los pañuelos se los pagamos nosotros