Hacía tiempo que no se hablaba -más que de refilón, en todo caso- de la cantidad de migrantes que cada día, cada mes, cada año, lo dejan absolutamente todo en pro de un futuro del que no saben absolutamente nada, pero que siempre va a ser mejor de lo que tienen. Y esa es la cuestión.

Ahora, por desgracia, el tema ha vuelto a ser noticia. La pasada semana, un cayuco en el que viajaban 160 personas naufragaba frente a las costas de Mauritania dejando un balance de, según parece, 143 personas, entre muertos y desaparecidos. Apenas 16 personas conseguían salvar la vida, al menos de momento, porque lo que no lograrán es llegara su destino anhelado, las islas Canarias.

España era el sueño de todos esos seres humanos que se dejaban la vida en el camino, tras una semana en alta mar. España, en la que no tenían nada. España, de la que no conocían el idioma ni las costumbres. España, donde, aunque ellos no lo sepan, hay lugares que buscan la forma de escaquearse de su cuota en el reparto de menores migrantes.  España, de la que apenas sabían nada, pero que se aparecía en su horizonte como la panacea, como la única salida posible, como la esperanza. España, una apuesta todo o nada en la que la mayoría, por no decir todos, perdieron la partida.

Mientras, en este lugar que consideraban la tierra prometida, hay gente que les insulta, que les estigmatiza, que escupe su odio contra ellos como si se lo hubieran jugado todo por el mero capricho de delinquir en nuestro país Y eso es algo que, puesto negro sobre blanco, suena tan absurdo que es difícil creer que haya tanta gente que se lo trague. Pero lo hacen, punto por punto, multiplicando su odio por infinito y elevándolo a la enésima potencia.

Tal vez lo peor de todo es que este drama diario se nos olvida. En cuanto pasan unos días de la enésima tragedia en alta mar, dirigimos nuestro foco de interés en otra dirección y si te he visto, no me acuerdo. A otra cosa, mariposa. Cero al cociente, y se pasa a la noticia siguiente.

Pero, mientras, miles de personas siguen jugándoselo todo por llegar. Sin pensar que aquí todo puede ir mal, porque con lo que tienen ya no les puede ir peor.

Hagamos un ejercicio de empatía y pongámonos por un momento en su piel. Por no decir que nos pongamos en sus zapatos, porque la mayoría no tienen ni eso. Quizás cambie nuestro punto de vista.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)