Decía hace apenas unos días Gabriel Rufián (una de las mentes más lúcidas del hemiciclo) que “ahora está de moda la maldad”. Por supuesto que está de moda la maldad. Cuatro décadas de derechas neoliberales, han resucitado el fascismo, el nazismo, han legitimado a las extremas derechas y las han metido en los parlamentos, en España y en Europa, y, en consecuencia, han legitimado la crueldad hasta extremos que hace poco tiempo hubieran sido impensables. Y todo eso se nota en el ambiente, en todos los ámbitos y a todos los niveles.

Decía también Shakespeare en La Tempestad, que “El infierno está vacío. Todos los demonios están aquí”. Ahora tenemos a otro neoliberal/neofascista gobernando el país más poderoso del mundo expandiendo maldad, declarando la guerra comercial al mundo, y destruyendo sin tregua. En EEUU ya se ha instaurado el fascismo, con todo lo que eso puede suponer para el resto del mundo. En realidad, de manera literal, lo que llamamos neoliberalismo o fascismo, o extremas derechas, que tanto monta, es, de manera literal, la maldad extrema, la psicopatía llevada al ámbito de lo político. El caso norteamericano es un ejemplo de lo más llamativo y elocuente.

El psicólogo y criminólogo Vicente Garrido ha publicado recientemente su último libro de divulgación, El psicópata integrado, en la familia, la empresa y la política. Claves para neutralizarlo (Editorial Ariel, 2024). Afirma el académico de la Universidad de Valencia que los psicópatas integrados nos rodean en todos los ámbitos, y son responsables de mucho sufrimiento humano, personal y colectivo. Y dice también que “un psicópata es esencialmente una amenaza. Una amenaza que se insinúa como un peligro para el mundo. Egocéntrico, maligno, inmoral, se guía con el único propósito de conseguir lo que desea. ¿Cuántos personajes así podemos contar en la crónica de nuestro tiempo?”.

 Y es que ¿cómo poder entender un genocidio, órdenes de muerte de los que piensan distinto, bombardeos de niños, guerras, persecuciones, torturas y maldades mil si no se tiene en cuenta que un porcentaje de seres humanos carecen de empatía, de sentido de la moral, de culpa, de arrepentimiento, de conciencia, y que, incluso, disfrutan haciendo daño? La psicología lo explica, en registro científico, perfectamente.

Afirmaba el investigador argentino Fernando Ulloa que la maldad siempre necesita de un dispositivo sociocultural que sostenga el accionar de los crueles, “así, en plural, porque la crueldad siempre necesita la complicidad impugne de los otros”. Clínica y análisis grupal, Notas para una clínica de la crueldad (1999). Ese dispositivo sociocultural es, en la actualidad, desde finales del siglo XX, el neoliberalismo o neofascismo que se cierne sobre nuestras cabezas. Tras la II Guerra Mundial las democracias europeas fueron haciendo replegar la crueldad, la maldad, la psicopatía institucionalizada que había destruido en pocos años una buena parte del mundo. La llegada del neoliberalismo, muy desgraciadamente, revirtió esa tendencia,.

En el polo radicalmente opuesto está, afortunadamente, la otra cara de la moneda: la empatía, la inocencia y la bondad (tan desacreditadas). En pleno nazismo hubo personas que se jugaban la vida salvándola a víctimas de los nazis; en la frontera de México y EEUU, hay personas que se han arriesgado a penas de cárcel por ayudar a inmigrantes a cruzar el terrible desierto de Sonora, en el que han muerto miles de ellos. Y hay otros seres humanos, los más maravillosos y grandiosos, que son los que se comprometen y luchan por los seres más desprotegidos, humanos y animales.

Decía la columnista y escritora norteamericana Epie Legerer que la verdadera medida de la grandeza del hombre es cómo trata a quien no puede beneficiarlo en nada. Vemos de manera bastante habitual a algunas de esas personas maravillosas que, llueva, granice o haga sol, alimentan y cuidan a colonias abandonadas de gatos. Su empatía y su enorme capacidad de compasión no les permite ignorar que esos pequeños seres, que sienten más que muchos humanos, pasan hambre, frío y falta de amor en la intemperie. Para mí son los verdaderos ángeles, ellos y los animalitos indefensos y vulnerables.

Verdaderos ángeles son también, por ejemplo, quienes construyen santuarios de animales en los que se encargan de que tengan una vida tranquila y feliz animalitos abandonados o rescatados de las terribles industrias cárnica y lechera. Y un gran ángel que acabamos de perder, en un muy sospechoso incendio, era Chris Arsenault, un norteamericano que había creado un santuario para gatos abandonados o callejeros, el Sanctuary Medford, en Long Island. Tras la muerte de su hijo se dedicó a rescatar y a cuidar a cientos de gatos de la calle. Ha sido una tristísima noticia para los que amamos a los animales y valoramos a los seres humanos con empatía.

Como a Chris Arsenault, nos tiene que importar el otro para mejorar esto. Que nuestro paso por la vida no sea para destruir nada ni dañar a ninguna vida. Todas las vidas importan. Nadie es superior a nadie, ni por raza, ni por cultura, ni por sexo, ni por especie. Dice Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, que considerar a otros seres, los que sean, inferiores a uno mismo o al grupo al que se pertenece es el origen de todo lo malo que le ocurre al mundo.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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