El urbanismo moderno, tal como se consolidó en el siglo XX, estuvo profundamente marcado por visiones normativas que entendían la ciudad como una máquina funcional. Uno de sus grandes exponentes, Le Corbusier, propuso modelos de planificación basados en la eficiencia, el orden y la racionalidad geométrica, como se ve en su plan Voisin para París, o en sus unidades habitacionales, pero tras esa visión tecnocrática había también una figura de referencia no declarada, el hombre tipo. En su célebre sistema Modulor, Le Corbusier diseñaba las proporciones del espacio urbano basándose en un varón blanco de 1,83 metros de altura, erigiéndose como medida universal del habitar. Esa medida no era neutra, excluía simbólicamente a las mujeres, a los niños, a las personas con discapacidad, a las personas mayores y a quienes no respondieran a ese patrón hegemónico. La ciudad moderna, entonces, no solo se organizó en torno a funciones, como residencia, trabajo, ocio, sino también en torno a cuerpos dominantes y a roles sociales predefinidos. Frente a esa visión, en los años sesenta emergió una crítica potente, encabezada por figuras como Jane Jacobs, quien, en su “Muerte y vida de las grandes ciudades”, del año 61, -sorprende su modernidad en una obra que tiene ya sesenta años-, defendía la complejidad y la diversidad de la vida de barrio frente a los grandes planes de zonificación. Jacobs denunciaba que los urbanistas tecnócratas, en su afán por imponer el orden, destruían la vitalidad real de las ciudades y marginaban a las comunidades que en ellas habitaban.

No quiero dejar de citar un ensayo mucho más reciente, a medio camino entre el urbanismo y la filosofía, “Ciudad feliz”, de Charles Montgomery, en un elogio a las urbes, a su diseño y a su capacidad de hacernos sentir bien, pero sin caer en lo naif de negar que es solo un actor político que genera tensiones en lo relativo al uso, al espacio público, la gentrificación o la pobreza habitacional. Hoy, continuar diseñando sin una mirada inclusiva perpetúa muchas de esas exclusiones históricas. No considerar la diversidad de cuerpos, de tiempos y de usos del espacio urbano tiene consecuencias reales: ciudades hostiles para las personas mayores, entornos peligrosos para mujeres y niñas, barreras para quienes tienen movilidad reducida, espacios invisibilizadores para los cuidados y la economía informal.

El urbanismo inclusivo se erige como una respuesta crítica a los modelos tradicionales de planificación urbana que históricamente han privilegiado intereses económicos y productivos, relegando las necesidades de amplios sectores de la población. Este enfoque busca diseñar ciudades que integren a todas las personas, considerando aspectos como el género, la edad, la diversidad funcional y el origen étnico, entre otros. La utilidad aparente del diseño urbano sigue siendo profundamente ideológica, porque responde a una idea implícita de quién merece ser tenido en cuenta. Una de las críticas más comunes al urbanismo inclusivo es que introduce ideología en el diseño urbano, pero esto parte de un falso supuesto, y es que la planificación tradicional era objetiva, técnica y apolítica. En realidad, todo urbanismo es ideológico en tanto que responde a una visión del mundo y de las relaciones sociales. El urbanismo inclusivo no impone una ideología, sino que explicita las necesidades de quienes históricamente han sido marginados en los procesos del diseño. Lejos de fragmentar, busca garantizar el derecho a la ciudad de todas las personas, partiendo de la premisa de que la equidad es una condición para la cohesión social. En lugar de preguntarnos si el urbanismo inclusivo es ideológico, deberíamos cuestionar a quién ha servido históricamente el llamado urbanismo neutral. Así, lo contrario al urbanismo inclusivo sería el urbanismo excluyente, ¡pura semántica!, por lo que yo les preguntaría a quienes están en contra de la inclusión exactamente a quién quieren excluir.

El urbanismo feminista propone una reconfiguración de las ciudades desde la perspectiva de género poniendo en el centro las actividades de cuidado y la vida cotidiana. Este enfoque critica la zonificación tradicional que separa los espacios de trabajo, vivienda y ocio, y que ha sido diseñado desde una perspectiva androcéntrica. Ejemplos destacados de urbanismo feminista serían, por ejemplo, el del barrio de Aspern, en Viena, que prioriza espacios públicos inclusivos y sostenibles, o las supermanzanas de los cuidados en Barcelona, facilitando el acceso a servicios esenciales y fortaleciendo las redes de apoyo comunitario.

La Comunidad de Madrid enfrenta el desafío de planificar su crecimiento poblacional proyectado para alcanzar los 10 millones de habitantes en las próximas décadas. Si queremos un urbanismo inclusivo, que no deje a nadie fuera del modelo, ¿cómo lo hacemos? ¿Sería una buena idea descentralizar servicios que garanticen un acceso equitativo a servicios esenciales en todos los municipios y evitando concentraciones? Es decir, pluricentros en lugar de un solo centro, para lo que hará falta promover y desarrollar infraestructuras de transporte sostenibles que conecten eficientemente las distintas áreas de la región. ¿Cómo materializamos el urbanismo inclusivo en los instrumentos de planeamiento urbanístico? En los últimos años, el concepto de la ciudad de los quince minutos, popularizado por el urbanista Carlos Moreno, ha ganado presencia como paradigma de proximidad, sostenibilidad y calidad de vida urbana. Esta idea propone que cualquier persona pueda satisfacer sus necesidades básicas, como trabajo, educación, salud, ocio o compras en un radio accesible a pie o en bicicleta desde su hogar. Es una propuesta que pone en crisis décadas de urbanismo funcionalista y expansivo, devolviendo protagonismo a los barrios a escala humana y al tiempo cotidiano. ¿Cómo encaja este modelo en la previsión de crecimiento para la Comunidad de Madrid, que actualmente crece en 140.000 residentes al año? ¿La ciudad de los quince minutos es un antídoto frente al escenario provocador que plantea el libro de Fernando Caballero, “Madrid DF,” de megaurbes desiguales y fragmentadas? ¿Es posible pensar un modelo, cualquiera que sea, si no va acompañado de una profunda transformación institucional y cultural que priorice la cohesión y la equidad? La distopía que plantea el libro de Caballero es -creo- una advertencia basada en dinámicas reales, expansión urbana sin control, presión inmobiliaria, dependencia del coche y abandono de las periferias.

Para que una ciudad sea verdaderamente inclusiva no basta con acercar los servicios, es necesario que ese entorno esté diseñado también para quienes tradicionalmente no han sido el sujeto central de la planificación, como la infancia. Diseñar una ciudad para la infancia no es solo multiplicar parques infantiles, es más que un gesto simbólico; es una estrategia de futuro. Como plantea Francesco Tonucci, cuando una ciudad es buena para los niños, lo es también para todos los demás. En ese sentido, los caminos escolares seguros, los patios abiertos o los entornos urbanos tranquilos son políticas con una enorme capacidad transformadora.

Es urgente que nos hagamos preguntas, incluso cuando algunas no tengan respuesta o una única respuesta. ¿Cuáles serían hoy las principales exclusiones que produce el urbanismo convencional? ¿Cómo se reconoce en un diagnóstico urbano que una ciudad no es inclusiva? ¿Qué indicadores o datos deberían preocuparnos? ¿Hay decisiones urbanísticas cotidianas que pueden tener impactos excluyentes, si no se revisan con una mirada inclusiva? ¿Ha habido casos en los que una propuesta inclusiva haya fracasado? ¿Qué lecciones se aprendieron? …

El neoliberalismo atroz y devorador ayusista, alimento del movimiento “Pormishuevismo” de Erik Harley, que denuncia la arquitectura especulativa en España, resulta bastante cercano al siglo XVIII en su modelo de todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Resulta muy difícil entender cambios del modelo que impera sin escucha activa ¿qué herramientas participativas han demostrado ser más efectivas para incorporar voces a la planificación? ¿Qué papel juegan los movimientos sociales en las redes vecinales a la hora de impulsar transformaciones inclusivas? ¿Se pueden diseñar políticas de urbanismo que dejen fuera la participación? ¿Qué grupos poblacionales están siendo más invisibilizados en la planificación urbana madrileña? ¿Qué puede hacer la Comunidad de Madrid cuando una parte importante de las competencias de planificación urbana son municipales?, ¿sirve con una suma de buenas calificaciones municipales? ¿Qué mecanismo o mecanismos podrían generar una coordinación adecuada de estas políticas? ¿Cómo se articula la escala metropolitana con los principios del urbanismo inclusivo, cuando muchas decisiones son intermunicipales? ¿Cómo evaluamos el éxito de una política urbana inclusiva más allá del diseño inicial?, o mejor, ¿cuán necesario es evaluar las políticas urbanas en general?

La Comunidad de Madrid se enfrenta al desafío de crecer sin reproducir desigualdades estructurales. Es no ya necesario, sino obligatorio, aportar una visión crítica y propositiva al urbanismo contemporáneo, enfatizando la necesidad de crear ciudades que reconozcan y valoren la diversidad de sus habitantes. Las ciudades inclusivas no sólo benefician a los grupos más vulnerables, sino que enriquecen la vida urbana en su conjunto, fomentando comunidades más cohesionadas y resilientes. La mirada feminista en el urbanismo garantiza una ciudad para todas las personas, porque es consciente de que la ciudad es diferente si eres mujer, menor, mayor o persona con discapacidad. Cada tipo de persona usa la ciudad de forma diferente, en diferentes momentos, y encuentra que los riesgos están en diferentes lugares. Quizás es incontrolable que las ciudades sigan creciendo, pero lo que sí podemos hacer es recordar nuestra obligación de dejar espacio para la gente, de reclamar una mirada feminista e inclusiva en el Madrid, no ya del futuro, en el de hoy, y en introducir medidas estructurales que nos permitan un modelo de región que avance hacia un urbanismo más justo.

Alicia Torija López. Diputada por Más Madrid en la Asamblea de Madrid

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