En el marasmo en que hemos caído empieza a ser necesario clarificar y recordar lo que debería ser obvio: el sistema económico actualmente vigente no es más que el sistema económico que hemos elegido activa o pasivamente para satisfacer una parte de nuestras necesidades, las que son objeto de intercambio económico.

Los sistemas económicos son una creación social. No se trata de un poder que viene de un Dios como pretendían las monarquías aún en el siglo XIX. No son algo inapelable como la ley de la gravedad. Son el resultado de las fuerzas sociales e ideológicas en juego y de las circunstancias tecnológicas, demográficas y sociales de cada país y época. Son nuestra obra y son susceptibles de cambio, pero siempre se resisten a él aunque resulte necesario o incluso inevitable. Los modelos en vigor son la consecuencia de las luchas por el poder del pasado y no necesariamente son adecuados para el futuro. Deberían estar para servirnos y no para explotarnos o destruirnos.

Los neoliberales que hoy están al frente del Estado están rediseñando el sistema de modo acorde a sus gustos ideológicos. Arremetieron contra el salario mínimo en cuanto se hicieron con las riendas de su España SA. Han “ahorrado” cuantas partidas de gasto social les han venido a la mente. Han recortado el gasto público en su afán por empequeñecer lo público y dejar espacios de negocio a lo privado. Y tanto han recortado que han convertido la crisis en depresión y el bache en socavón. El entusiasmo contra el estado del bienestar les ha llevado a retirarlo en exceso de la economía debilitando ésta, perjudicando a los ricos, destrozando a los pobres y convirtiendo en pobres a muchos que no lo eran.

La necesidad de sostener el sistema financiero ha hecho pasar a segundo plano las necesidades de los seres humanos víctimas de la crisis. Los 500 desahucios diarios son invisibles para la mayoría no afectada. Los medios de manipulación han ocultado el antiestético problema, hasta que pequeños grupos de activistas han logrado llamar la atención con su oposición activa a los desahucios.

La crisis está costando vidas. El suicidio de ciudadanos en Granada y Barakaldo lo ha hecho visible y solo entonces se ha reaccionado, esperemos que con contundencia, al problema. Muchas más personas están siendo víctimas silenciosas de una sanidad recortada y de una salud deteriorada por stress psicológico, por sufrimiento callado y hasta por deficiente alimentación, pero no serán noticia y no producirán reacción.

Entretanto, se sigue construyendo el Ave con cientos de millones de euros en el empeño y se reflotan cajas de ahorro con miles de millones en el sumidero. Lo que ocurre allá abajo en los hogares, o sin-hogares, humildes interesará, si acaso, en las próximas elecciones. Es consecuencia de la aberración mental del tipo que Rommney dejó al descubierto cuando reconoció que el 47% de americanos menos favorecidos eran para él una masa de gorrones que vivían del esfuerzo del otro 53%. Se ha demostrado en estudios de psicología social que los afortunados se construyen una imagen de sí mismos como merecedores de su suerte y una imagen de los desafortunados que también correspondería a su falta de méritos y a sus vicios personales.

Aprendamos la lección. La opinión pública tiene poder si se sensibiliza y se hace sentir. Por eso tratan de evitar la información sobre actuaciones policiales y minimizan y distorsionan la relativa a manifestaciones en general y a actos de apoyo a desalojos de viviendas. La opinión pública activa y visible es la única esperanza de que los políticos reaccionen e incluyan en la agenda de preocupaciones el sufrimiento invisible de millones de ciudadanos.

Se necesitan ciudadanos informados, alertas, solidarios y activos, capaces de pensar de modo crítico y de extender su opinión mediante la comunicación en red y la manifestación de sus opiniones. De no haberlos en número y actividad suficiente, el huracán neoliberal convertirá en hábito las agresiones al sistema de cohesión social que hemos venido construyendo tras la segunda guerra mundial.

La actividad económica va a ser muy débil durante varios años, lo que ya es suficiente problema. Si dejamos que se añada a ello un sistema economicista, con creciente desigualdad de oportunidades y escasa sensibilidad a los desfavorecidos, estaremos abriendo una brecha social repugnante y de consecuencias imprevisibles.

Sixto Jiménez es economista y empresario