El libro del profesor Fontana tiene su origen, como él mismo explica, de “una preocupación personal”. “Su autor –escribe Fontana en un breve texto introductorio- tenía 14 años cuando terminó la segunda guerra mundial y creció con la esperanza de que se cumplieran las promesas que habían hecho en 1941, en la Carta del Atlántico, los que iban a resultar vencedores en la lucha contra el fascismo, en un programa en que nos garantizaban, entre otras cosas, “el derecho que tienen todos los pueblos a escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir” y una paz que había de proporcionar “a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza”. Transcurridos ya más de setenta años desde entonces, es evidente que aquellas bienintencionadas promesas de 1941 quedaron muy lejos de la realidad del mundo de nuestros días, con el panorama actual del mundo.

El libro de Josep Fontana constituye un relato demoledor de estas siete últimas décadas de la historia mundial. Un relato realmente ecuménico, en el sentido de universal, y que por tanto no cae en el fácil peligro del eurocentrismo ni del etnocentrismo occidental, y que tampoco cae en una visión dogmática ni sectaria, ya que reparte culpas a diestro y siniestro. Aunque obviamente responsabiliza sobre todo a los Estados Unidos de la evolución seguida por el mundo durante este período, el profesor Fontana no ahorra duras críticas a la Unión Soviética, del mismo modo que es muy duro en el tratamiento dado a gran número de los protagonistas de esta historia, sea cual sea su orientación ideológica o política.

Discípulo aventajado de grandes historiadores como Ferran Soldevila, Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar, y él mismo gran maestro de historiadores, Josep Fontana se reconoce discípulo también de Antonio Gramsci, y por tanto se mueve entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. De ahí que su por ahora último libro se cierre con estos párrafos: “El despertar de la protesta popular parece muy distinto al de otras ocasiones anteriores, y va a resultar más difícil contenerlo. No se trata de una repetición de las revueltas de 1968, que movilizaron a unos jóvenes que querían un mundo mejor y más justo, pero a los que el sistema, una vez derrotados, pudo recuperar sin demasiadas dificultades. Los jóvenes vuelven a ser la parte fundamental de estos nuevos ejércitos de protesta, pero su móvil es ahora mucho más directo y personal: en un mundo de desigualdad creciente, dominado por el paro y la pobreza, piden el derecho a un trabajo digno y a una vida justa, tal como se les prometió a sus abuelos cuando los llevaron a combatir en la guerra fría, no por la democracia, sino con el objetivo de asegurar el triunfo de la “jerarquía global establecida”. A lo cual hay que sumar el hecho de que, a diferencia de lo que sucedió en 1968, el sistema es ahora incapaz de integrarlos ofreciéndoles unas compensaciones adecuadas. Como los trabajadores de 1848, los jóvenes de esta nueva revuelta tienen muy poco que perder y un mundo que ganar. El futuro está en sus manos”.

Jordi García-Soler es periodista y analista político