Un turista consume  el doble o el triple de agua que un residente en Andalucía como afirmaba Kurt Gröstsch el 21 de febrero pasado en estas mismas páginas, pero en nuestra comunidad autónoma no se ha hecho todavía ningún estudio académico que evalúe el consumo atribuible a la actividad turística. Sin embargo, investigadores de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) han contabilizado por primera vez el consumo de agua del turismo comparándolo con el registrado durante los periodos sin turismo de la pandemia. La conclusión alcanzada fija en un 25% el consumo de agua de los turistas en 9 municipios de las islas. En Baleares la cantidad de agua consumida por los visitantes es similar a la que consume la agricultura de regadío.

Aunque Andalucía no ha declarado todavía la emergencia climática, ni el Parlamento andaluz se la ha pedido a la Junta, estamos oficialmente en estado de sequía y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ha reducido sustancialmente los caudales para riego en toda su cuenca. En Sevilla, el Ayuntamiento está embarcado en una campaña para reducir el consumo diario de agua de 116 a 90 litros por persona y día, que es la cifra de otras grandes ciudades como Madrid o Barcelona.

Pero esta meta es inalcanzable si no se establece una moratoria en la construcción de hoteles y en la oferta de viviendas para uso turístico. La responsabilidad del viajero con el objetivo de un turismo más sostenible puede incentivarse con medidas ya probadas en el ámbito residencial como los contadores de consumo de agua y electricidad en cada habitación hotelera. Podría establecerse un volumen medio de consumo y cobrar la cantidad que lo excediera. Saber que se controla el gasto energético y de agua en los hoteles estimularía el ahorro de la clientela.

La mayoría de los hoteles incentivan ya el ahorro al invitar a que no se opte por el cambio diario de toallas o de sábanas en las estancias cortas, pero no han conseguido grandes resultados. La tecnología y la digitalización de las redes de suministro permiten ya controles individualizados del consumo para que el cliente note en su factura final si ha despilfarrado o no bienes tan escasos y caros como el agua y la energía.

Aunque el cliente de un establecimiento de 5 estrellas pueda permitirse ese pago adicional propuesto, el territorio que le brinda su hospitalidad no puede soportar el sobreconsumo turístico sin control.