No suelo hablar de programas de televisión en mis artículos. He hecho pocas excepciones, pero creo que el medio refleja y toma el pulso a la realidad contemporánea de la sociedad española. Es una especie de amplificador de las pulsiones, también de las carencias, de las que adolecemos. Digo que no suelo hablar de televisión en mis artículos, salvo excepciones, a pesar de tener grandes amigos en el medio, a los que intento molestar lo menos posible. No es el caso de la periodista María Casado, a quien no tengo la fortuna de conocer, ni siquiera he coincidido alguna vez con ella. He seguido, sin embargo, sus apariciones; tenemos amigos comunes, y la he acompañado en la aventura de este programa, Las tres Puertas, que terminaba, con un mensaje sonriente y algo enigmático de su conductora, esta Semana Santa.

Ya hace unos programas se rompía en directo, una de las grandes virtudes de este espacio entre otras muchas, y se le escapaba una lágrima, en una entrevista con el comunicador Pedro Ruiz, en la que se produjo un interesante trasvase entre el entrevistador y la entrevistadora. Su conversación traslucía, además de una enorme humanidad, una preocupación por el equipo embarcado con ella en esta aventura, ante la posibilidad de no mantenerse en antena por una presunta falta de audiencia.  Esto parece estar detrás del final de la serie de programas. Llegados a este punto, uno se pregunta si desde un ente como RTVE, de titularidad y financiación pública, la comercialidad y las audiencias deben primar siempre de la misma forma que en las empresas privadas. Quiero decir con esto que, si la justificación de que exista, y yo creo que debe existir, debe ser sólo el mismo baremo de las cadenas privadas, o debe estar tan presente o más el concepto de “servicio público”.  Creo que esta debe ser una directriz fundamental, y que RTVE debería seguir apostando por programas de esta naturaleza, en prime time, y sin complejos. Frente un desconcierto social generalizado, con una enseñanza en humanidades en desmantelamiento, lo que va a seguir abonando el aborregamiento intelectual de la sociedad, asunto peligroso para los lobos del populismo, es necesario que existan espacios donde se dialogue, se cuente, se exponga, se diga, con tranquilidad, con sosiego, con inteligencia, y se presenten personas, dispares en ideología, peripecia vital y posiciones ante la vida. No me han gustado todos los personajes entrevistados; no me caen bien alguno de ellos, no comparto muchas de las posturas y opiniones vertidas pero, eso, señores míos, es precisamente la esencia de la democracia. Que personas de distintas ideologías, posturas, extracciones, y prontuarios vitales, sean capaces de dialogar sin insultarse, sin querer acabar con el otro, sin imponer sus formas de pensar. Falta mucha cultura democrática en este país, y sin darnos cuenta, entre casi todos estamos cooperando en la demolición incontrolada de nuestras instituciones, garantías, normas de convivencia, en definitiva, en la deconstrucción de nuestro propio sistema democrático. Yo, que nací en los setenta, “perdonadme” -parafraseando al poeta Rafael Alberti-, crecí como telespectador con programas como La Clave, de José Luis Balbín, Trece Noches o El loco de la Colina, de Jesús Quintero, Buenas Noches o De Jueves a Jueves de Mercedes Milá, o La Noche Abierta con el ya citado Pedro Ruiz. En todos estos espacios, como en el de María Casado, primaba el tono conversacional, la entrevista, la palabra, la opinión, el diálogo, la polémica entre personajes diversos, y sin que las malditas audiencias restasen el interés o la necesidad de ofrecer a la sociedad española espacios donde, al margen de cuestiones más peregrinas y de entrepierna, tan respetables como cualquier otra parte del cuerpo, se ofreciera pensamiento. Yo celebro esta apuesta de la periodista, valiente y honesta desde hace mucho con su vida y su profesión, María Casado. Desearía seguir viendo su programa en antena, aunque me temo que algún programa de telerrealidad, o concurso, o sucedáneo, acabará en la parrilla televisiva, y alimentando la molicie vital, la anestesia intelectual de los televidentes. Craso error porque, puestos a competir, y a dar un servicio público, el circo ya saben donde encontrarlo, mientras que hay una minoría hambrienta de otros contenidos y necesidades, cuya base se podría y debería ampliar para tener un reservorio ante el virus de la estupidez y el adocenamiento. No soy optimista, pero quiero seguir soñando con otros mundos que estén en este, y nos ayuden a mejorarlo. Como en todo, y como cantaba en cantaora flamenca Rocío Jurado, “el amor tiene tres puertas, y a las tres fui yo a llamar; el amor tiene tres puertas: pena, dolor y alegría, salieron a contestar; no sé qué puerta es la mía”.