La derechona ha salido en bloque a extender una cortina de humo sobre las acciones del rey emérito con el argumentario común de que se trata de una maniobra para acabar con el sistema vigente de Monarquía Parlamentaria, reformar la constitución sin paliativos e instaurar la República. De paso, se extienden sobre la pretendida discordia en el Gobierno de Coalición en su otro frente activo, que es expulsar a Unidas Podemos del Ejecutivo, de la política y del planeta a ser posible. Sobre las actividades poco claras de D. Juan Carlos I, ni hablan.

Uno de los emblemas de esta derecha es el diario ABC que mantiene una estrategia rara de defensa del antiguo monarca. Primero, reveló que estaba en Abu Dabi, circunstancia que se ha confirmado con una foto descendiendo del avión que le trasladó. Como se sabe, Juan Carlos tiene allí muy buenas relaciones y también mantiene una buena amistad con el rey Fahd de Arabia Saudí.

Da cuenta ABC, de un primer favor en época franquista cuando el entonces príncipe de España pidió al soberano saudí, durante la crisis de 1973, garantías de suministro de petróleo. Añade, achacando la información a periodistas de la época, que el emérito pudo haber recibido una comisión por cada barril como pago a su intermediación. Es una interesante narración sobre regalos y amistades. El fiscal Campos, encargado de investigar el asunto real, debe estar muy contento con el veterano periódico.

Pero fuera de esta peculiar actitud informativa, el temor que evidencia la derecha por un posible cambio en el sistema político español, es en realidad la pregunta básica que hay que hacerse. ¿Se debe continuar permitiendo que nuestra jefatura de Estado se decida en el marco del albur hereditario de los Borbones? En Europa siguen vigentes diez monarquías. Una de ellas, la de Reino Unido, se extiende sobre dos decenas de países de su área de influencia. En el mundo existen además otras veinte naciones con monarcas en activo. En algunos casos son muy populares. En otros, los escándalos de los miembros de la realeza las han puesto en cuestión. Algunas son auténticas dictaduras.

En nuestro territorio, está claro que los más jóvenes no entienden una jefatura de Estado basada en la transmisión biológica y hay que decir que muchos de los españoles adultos, tampoco comparten esta fórmula en un país en el que ha costado mucho sufrimiento conseguir la democracia.  La falta de ética y la conducta escandalosa de Juan Carlos I no hace sino abundar en tal rechazo.

Cuando superemos la crisis originada por la pandemia, sería momento de iniciar un debate sobre el régimen que interesa a España. Sin aspavientos ni radicalismos de unos, ni celosa defensa de privilegios de otros, sazonada con tenebrosas profecías. Debemos hacerlo con naturalidad, aclarando cómo deseamos administrar un futuro común. Soltando amarras de una vez por todas.