El Arrebato cantaba en 2004 “búscate un hombre que te quiera, que te tenga llenita la nevera”  porque él a su canija no podía darle malos ratos y tormentos. Lo que no sabía el cantautor andaluz es que, casi 20 años después, el síndrome de la nevera a reventar nos sigue atormentando y causando problemas y ratos no muy buenos. 

El último episodio de este síndrome que nos aqueja en la sociedad del bienestar se ha dado estas semanas pasadas con el desabastecimiento autoprovocado por el estrés sintomático de esta enfermedad que pasa con frecuencia inadvertida. Tener la nevera llena era y es sinónimo de amor y de felicidad en un contexto en el que el instinto posesivo lo domina casi todo.

Ocurrió durante el confinamiento pandémico con el papel higiénico y ha vuelto a ocurrir con todos los alimentos perecederos en una coyuntura en la que se han unido los bulos alarmistas anónimos que preparaban la huelga del transporte con el miedo a las consecuencias de la guerra de Putin. Al grito o la llamada interior ¡Que no falte de na! el personal ha corrido como poseído por un innombrable terror ancestral a no poder elegir entre ocho o diez cosas al abrir la nevera o acudir a la despensa.

No deben extrañarnos, por lo tanto, las cifras del Panel de Cuantificación del Desperdicio Alimentario en los Hogares que publica desde 2014 el Ministerio de Agricultura del Gobierno de España. Son millones de kilos los que se tiran a la semana en los hogares solo de productos sin cocinar, a los que hay que añadir otros tantos de recetas ya cocinadas y descompuestas.

Si a estos datos les añadimos las miles de toneladas de alimentos que se desperdician desde su producción en el campo hasta su estancia en los lineales de tiendas y supermercados, el panorama resultante es sencillamente desolador sobre la insostenibilidad de un modelo que ya está al borde del colapso.

La futura Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, que prepara el Ministerio presidido por Luis Planas, intenta atajar un problema que afecta por igual al conjunto de los países de la Unión Europea. 

El síndrome de la nevera llena afecta a millones de personas sin distinción de sexos y edades y es consecuencia de una sociedad egoísta a la que el capitalismo individualista y neoliberal ha llevado a una patología social de despilfarro sistémico. Pero, no caigamos en el pesimismo, hay remedios y estos pasan por la contención, la austeridad personal y familiar, evitar la compra y el consumo compulsivos.

La industria también tiene deberes y obligaciones ineludibles en este ámbito, como no incentivar las dosis XL, no encarecer los productos más saludables y abaratar los menos. En definitiva, las soluciones vendrán de una reflexión individual y colectiva que promueva un ritmo de vida más relajado, sensato y armónico con nosotros mismos y con el planeta.