Sé que me arriesgo a pecar de poco original pero no puedo dejar de hablar del tema que me tiene hablando sola. Por más que se haya escrito mucho y se siga escribiendo. Porque la cosa no es para menos.

Hace unos días asistíamos, con los ojos como platos, a unas imágenes que nos ponían los pelos como escarpias. Se trataba de los gritos que, de ventana a ventana, dirigían los machitos de un colegio mayor masculino a sus vecinas del colegio mayor de enfrente. Las llamaban “putas” y les instaban a salir de su madriguera como conejas que eran para ser folladas por ellos. Un mensaje que no puede ser más soez, vulgar, desagradable y, sobre todo, machista. Profundamente machista.

Y lo peor no es el mensaje en sí. Lo terrible es, de una parte, que no se trataba de una acción individual sino de una iniciativa seguida y coreada por la gran mayoría de los chicos y, de otra parte, más alarmante si cabe, la reacción de las féminas increpadas, muy diferente de lo que cabía esperar.

Así pues, vayamos por partes. En cuanto a ellos, la manera de gritar, la chulería y, sobre todo, las luces de la casi totalidad de ventanas de la residencia que apoyaban el dislate, es digna de estudio. Porque resulta increíble que unos jóvenes llamados a ser nuestro futuro tengan una mentalidad tan cercana a nuestro pasado más cavernícola. Y además se jacten de ello.

Pero más preocupante es aún la reacción de las chicas, que, lejos de sentirse ofendidas, les ríen las gracias apelando a la tradición y a la broma. Y yo, la verdad sea dicha, no le veo ni pizca de gracia a la cosa, sea tradición o no, como no se la veo a quemar a las brujas por más que formara parte de la tradición más arraigada en determinada época.

No obstante, no nos podemos quedar ahí. No podemos dejar las cosas en que las jóvenes no se sintieron ofendidas porque ni siquiera sabemos si es verdad. Porque, evidentemente, si los muchachos gastan unas formas tan sutiles, cualquiera se atreve a dar la cara diciendo que a ellas les molesta o humilla su actitud. De sobre sabemos que a determinadas edades y en determinados ambientes, más vale callar si una no quiere convertir en un infierno el resto de su vida universitaria.

Eso es, quizás, lo peor del episodio. Porque estoy segura de que muchas de esas chicas se sienten ofendidas, pero tienen miedo a contarlo, y por eso callan. Silencio y miedo, dos de los ingredientes que forman parte de los delitos sexuales ¿Nos suena?