¿Por qué, hace pocos días, Alberto Ruiz-Gallardón, se sumó al círculo de los habituales insultadores de Alfredo Pérez Rubalcaba? ¿Por qué el alcalde de Madrid estuvo presente en la manifestación del sábado pasado en Colón/Génova y alrededores para atacar groseramente al Gobierno de España, al que la mayoría de los presentes acusan de ser cómplice de ETA? ¿Por qué Gallardón se ha sacado de la manga un plan contra los mendigos –siempre resulta fácil cargar contra los más débiles-, que tiene mucho de demagogia y, sobre todo, que huele que apesta a populismo autoritario? ¿Por qué el centrista mayor del PP ha arremetido, al estilo  de la jerarquía de la Iglesia católica y sus palmeros, contra los promotores de una procesión atea en el barrio madrileño de Lavapiés, el próximo jueves?

La literatura municipal que acompaña públicamente al “no” del Ayuntamiento de la capital de España a esa manifestación incluye además una serie de argumentos que recuerdan los tiempos –cuarenta años- del nacionalcatolicismo, otra de las derivadas más influyentes de aquel ominoso régimen del Caudillo de España por la Gracia de Dios.  Aquí hemos tenido que soportar miles y miles de procesiones ultracatólicas, con los falangistas y los militares golpistas flanqueando el palio, debajo del cual aparecía con frecuencia un dictador asesino como fue el general Franco.

Olor a naftalina
Amigo Jaime Lissavetzky, candidato socialista al Ayuntamiento de Madrid: Cuanto está asumiendo Gallardón –todo desde luego con inequívoco olor a naftalina-  no hace más que confirmar el nerviosismo que les embarga a él y a sus más estrechos colaboradores, como es el caso del vicealcalde Manuel Cobo, firmante de la carga municipal contra la manifestación de los ateos.

El vicealcalde
Por cierto, no deja, como mínimo, de extrañar que Cobo, quien tuvo el coraje de denunciar ante los medios de comunicación y ante la justicia –utilizando un lenguaje durísimo contra Esperanza Aguirre-, el affaire de los espías,  no se haya pronunciado respecto a la reaparición en los tribunales del mencionado asunto. Cobo, la mano derecha de Gallardón, fue espiado, según él, por espías de la Comunidad de Madrid.

¿La careta de moderado?
¿Gallardón se ha quitado por fin la careta de moderado? Así parece, ciertamente. La gestión del Ayuntamiento en manos de Gallardón desde 2003 no ha sido eficaz, sino polémica. Y, lo que es peor, ha sido el ejemplo nítido de un gigantesco gasto de dinero público con el objetivo de Gallardón de emular a los faraones.

Fragilidad política
El alcalde teme a los suyos y, en parte, ésa es una razón que explica con claridad la fragilidad política del alcalde. Los suyos no lo quieren y, por ello, él pretende con estas maniobras de última hora que le absuelvan de sus pecados. Por lo demás, cabe interpretar este giro de Gallardón hacia la derechona porque tal vez estemos cercanos a observar una posible –aunque no probable- derrota en las urnas de mayo.

Como la roja
Sr. Lissavetzky: La selección española de fútbol –la roja- ganó el campeonato del mundo en Sudáfrica  porque, contra viento y marea, nuestros mejores futbolistas arriesgaron cuando había que arriesgar y pisaron el área sin miedos ni  acomplejamientos. Haga usted lo mismo. Juegue a retener el balón y a la ofensiva. Respecto a Gallardón da la impresión, al menos, de que ha empezado su declive. Y, ojo,  puede perder, sobre todo si la izquierda va a por todas.

Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM