La feroz dictadura de los mercados financieros globales, que son los auténticos responsables máximos del actual estado de las cosas, condiciona a los poderes públicos y les impone unos implacables planes de ajuste que lesionan gravemente los intereses legítimos de la mayor parte de la sociedad, en beneficio de unas pocas grandes corporaciones financieras detrás de las que figuran anónimos especuladores sin ningún tipo de escrúpulos. De ahí que una de las características que más y mejor definen a los llamados “indignados”, tal vez su más precisa seña de identidad colectiva, sea su rechazo firme y radical hacia todos los poderes, aunque en su expresión más sonora este rechazo se centre en el conjunto de la mal llamada “clase política”, quizá porque es la más identificable.

Algunos de los hechos más recientes protagonizados por el movimiento 15-M han tenido tal vez como virtud principal poner en evidencia que las generalizaciones nunca son buenas, fundamentalmente porque no suelen ser justas. Las actitudes agresivas, coactivas y violentas de unos pocos radicales que el pasado 15 de junio atentaron contra los diputados que intentaban acudir a cumplir sus funciones en el Parlamento de Catalunya no expresan en modo alguno el sentir muy ampliamente mayoritario de los manifestantes allí concentrados en una muestra de pacífica protesta. Así lo dejaron muy claro los miles de pacíficos “indignados” allí congregados y así lo han expresado luego reiteradamente, con una excelente demostración de su capacidad de control en la gran manifestación celebrada por ellos el pasado domingo en pleno centro de Barcelona, en la que identificaron, señalaron y aislaron a los provocadores. Poco les valieron, no obstante, estas actitudes ante la descalificación global de la caverna mediática, interesada en meterles a todos en un mismo saco, como suelen hacer también los representantes institucionales y políticos de las derechas.

Se equivocan los llamados “indignados” en descalificar globalmente al conjunto de los políticos. Incluso más allá de las discrepancias ideológicas consustanciales e imprescindibles en cualquier sistema democrático, son muchos los políticos que se esfuerzan por conseguir el bien común, por defender los intereses legítimos de la mayoría sin menoscabo de los también legítimos derechos de las diversas minorías. De ahí que sean bien recibidas algunas señales de cambio también por parte de algunos sectores de los llamados “indignados”, que matizan mucho más ya su rechazo global hacia los representantes de un sistema político que ellos consideran que no les representa.

¿Quién le pondrá el cascabel al gato? ¿Quién será capaz, desde el campo de los llamados “indignados” pero en especial desde el terreno de la mal llamada “clase política”, de construir los imprescindibles puentes de diálogo que permitan llegar a un punto de encuentro desde el que sea posible hallar una solución justa a una crisis como la actual? Las críticas, las protestas y las quejas de la mayoría de los llamados “indignados” coinciden en gran parte con las formuladas históricamente por las grandes formaciones de las izquierdas. Son coincidentes asimismo algunas de sus reivindicaciones, como hemos podido comprobar en sus más recientes manifestaciones de estos días.

Por eso parece lógico que sea desde las formaciones de izquierdas desde donde debe iniciarse esta aproximación hacia un movimiento social y cívico como el 15-M. Un movimiento que está aquí y que ha venido para quedarse. Su capacidad de movilización contestataria ha sido y es extraordinaria. Ahora debería ser capaz de pasar de su simple indignación inicial al compromiso político. Ahí tendrá enfrente, en un enfrentamiento radical, a la derecha política, económica, financiera, cultural y mediática. Y debería poder entenderse con la izquierda política y social. Pero debería ser esta izquierda política y social la que realizase ya su primer intento de aproximación.

Jordi García-Soler es periodista y analista político