Alguien, no recuerdo ahora quién, ha dicho o escrito que esta pandemia que padecemos hace salir a la luz lo mejor y lo peor de nuestra sociedad; también lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Tal vez sea cierto. No obstante, quizá porque cada vez concuerdo más con aquella frase según la cual “un pesimista es sólo optimista bien informado”, lo cierto es que a diario me tropiezo con muchas más muestras de lo peor que de lo mejor. Es evidente que no dispongo de ninguna muestra representativa, que en realidad solo se trata de mi propia percepción. También sé que debería matizar esta impresión personal negativa con tantas y tantas otras de carácter positivo: la conducta ejemplar y titánica de los profesionales de la sanidad pública, de los trabajadores de toda clase de comercios, empresas y otros servicios esenciales, incluso de los vecinos que nos reencontramos cada atardecer en nuestros balcones, ventanas o terrazas para expresarles nuestra gratitud con aplausos… Pero, ni que decir tiene que por desgracia, sigo viendo mucho más de lo peor que de lo mejor. Quizá incluso en mí mismo, desesperanzado ante tanta estolidez-

Me ocurre sobre todo cuando asisto con creciente tristeza al recuento oficial de personas contagiadas por el maldito Covid-19, con la correspondiente y trágica cifra de víctimas mortales. En sí mismo es una información rigurosa y solvente, pero lo que viene a continuación suele ser obsceno y macabro. Por poner un solo ejemplo, cuando escucho a Meritxell Budó, la consejera que ejerce de portavoz del Gobierno de la Generalitat, que sin impudicia ninguna se atreve a afirmar que “en una Cataluña independiente no habría habido tantos muertos por coronavirus”. La mujer lo asevera de forma categórica, incluso parece que cree lo que afirma, aunque sabe muy bien que es algo no solo indemostrable, al ser una simple ucronía, y además hay motivos más que suficientes que llevan a sospechar lo contrario. Porque, vamos a ver, ¿el Gobierno del que forma parte la señora Budó tenía o no competencias exclusivas y plenas hasta la declaración del aún vigente estado de alarma? ¿Qué precauciones adoptó ante la amenaza del Covid-19? ¿Los anteriores gobiernos de la Generalitat, que en los últimos años han estado siempre presididos y controlados por el partido de la señora Budó, habían dejado al sistema sanitario público catalán hecho unos zorros, con reducciones terribles en plantillas de profesionales y en tantos otros aspectos: camas de hospital, unidades de cuidados intensivos, materiales e instalaciones de todo tipo? ¿Qué ha ocurrido en las residencias geriátricas de Cataluña, también responsabilidad plena y exclusiva del Gobierno que preside aún Quim Torra? O, por ir solo a un hecho menos trascendente y más reciente, ¿por qué ha fallado todo el sistema de recetas electrónicas de la Generalitat al poner en marcha el suministro generalizado de mascarillas higiénicas a través de las farmacias?

Detrás de cada persona contagiada, y mucho más aún detrás de cada víctima mortal, hay una persona concreta, un ciudadano o una ciudadana que tiene su nombre y sus apellidos, toda una historia de vida a sus espaldas, y familiares y amigos. Cada persona contagiada, y más aún cada víctima mortal, merece y exige un respeto. Mercadear con ellos, intentar instrumentalizarlos o utilizarlos con intereses políticos, no sólo no es legítimo ni lícito: es obsceno y macabro. Es repugnante.

Como lo es ir siempre a la contra, sistemáticamente a la contra de lo que diga, haga o proponga el Gobierno español, al que Miquel Buch, el inefable consejero de Interior de la Generalitat, insiste en referirse como “Gobierno del Reino de España”, en lo que sin duda pretende ser un recurso humorístico para consumo exclusivo de independentistas aquejados de una profunda y enfermiza hispanofobia. No  es de recibo exigir y reivindicar un día el confinamiento total y absoluto de Cataluña entera para pasar, de forma repentina, a reclamar una desescalada rápida de la actual situación de confinamiento domiciliario. Como no lo es jugar de forma descarada e indigna con el ansia natural y lógica de tantos padres y de tantos niños y adolescentes por poder salir a las calles y las plazas de sus ciudades y pueblos, proponiendo que lo hagan “a la manera catalana”, como ha dicho otro cargo secesionista, sin aclarar en qué consiste la tal “manera catalana”… Ni proponer algo así como un “pasaporte sanitario”, de difícil o imposible constitucionalidad, sin cuya tenencia no podríamos salir de nuestros domicilios. Ni tantas y tantas otras sandeces que me confirman, para mi desgracia y para la de todos, que el coronavirus hace salir lo peor de cada uno de nosotros. Comenzando por mí mismo, que desearía poder confinar para siempre jamás a todos estos contadores obscenos y macabros.