Nada hay más tozudo que la realidad. Esto es así incluso en estos tiempos de pensamiento líquido que nos ha tocado vivir, por suerte o por desgracia. Y la tozuda realidad de los hechos es que los resultados de las elecciones del pasado 20-D son los que son y no los que cada uno hubiese deseado que fueran.

Con aquellos resultados, que nada ni nadie puede alterar ya, resulta absolutamente imposible configurar ninguna mayoría de derechas ni de izquierdas en las Cortes. Con ellos tampoco es posible crear una mayoría de centro, ni tan siquiera de centro-derecha ni de centro-izquierda. Por último, es asimismo imposible una mayoría formada por los llamados partidos emergentes, y ha quedado descartada por completo la formación de una mayoría integrada por los dos grandes partidos tradicionales, que sí contarían con una amplia mayoría absoluta.

Únicamente puede producirse, partiendo de aquellos resultados, una mayoría transversal, ya sea escorada hacia la izquierda o hacia la derecha, aunque esta última parece del todo punto imposible a causa del aislamiento político del PP. Un aislamiento provocado tanto por el abusivo uso que Mariano Rajoy hizo de su mayoría absoluta durante estos últimos cuatro años como por la interminable cascada de escándalos de corrupción que le afectan por doquier y que es obvio que le inhabilitan para formar parte del proceso de regeneración política que la sociedad española reclama.

Que la realidad es esta parece innegable. Negarse a reconocerlo es un dislate, además de una absurda manera de perder el tiempo. Y nada hace prever que unas nuevas elecciones dieran unos resultados muy distintos que hicieran posible la configuración de algún tipo de mayoría parlamentaria, fuese ésta cual fuese. Por tanto, lo que ahora se impone es la negociación y el pacto, esto es la transacción, para lograr una mayoría, lo más sólida y estable que sea posible, que permita gobernar y emprender todos los muchos cambios que la ciudadanía exige.

Porque si algo quedó meridianamente claro el 20-D es que la sociedad española reclama tanto el fin del bipartidismo hasta ahora existente como la implantación de cambios importantes en nuestra vida política. Cambios económicos y sociales profundos, pero también cambios institucionales sustanciales.

Aunque lo más previsible y probable es que Pedro Sánchez no logre hacerse con los votos necesarios para su investidura presidencial, al menos en estas dos primeras sesiones, convendría recordar a quienes por ahora le niegan su apoyo e incluso se niegan a hacer posible la investidura del líder socialista que, como reza el refranero, “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Y lo bueno, hoy por hoy y partiendo de la composición actual del Congreso de Diputados y de la oferta básica de Pedro Sánchez tanto a su izquierda como a su derecha, es mandar al PP a la oposición y hacer posible un gobierno transversal de cambio y progreso.

Aunque no siempre el refranero popular acierte, lo cierto es que de ilusión no se vive. Una ilusión no es más que un “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos”. Así la define la RAE, que añade al respecto que se trata también de una “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”.

Conviene tener muy en cuenta esta definición en estos momentos. Es útil también recordar otras definiciones lingüísticas relevantes, como la de “ilusionar” –“hacer que uno se forje ilusiones”- y en especial la de “iluso” –“engañado, seducido”.