Se nos escapa la ternura de entre los dedos cuando percibimos que cientos de personas acuden a tropel en busca de comida a los contenedores de los mercados; y se nos escapa la ternura de las manos cuando vemos a familias en la calle con deudas bancarias por casas que los bancos ya les quitaron; y se nos escapa la ternura cuando se niegan medicinas o servicios básicos a las personas más desprotegidas para hacer acopio de dinero que se regala a banqueros multimillonarios. Y se nos escapa la ternura cuando vemos a ancianos mendigando, o a niños que pasan hambre, o a enfermos tirados en las aceras, mientras la asignación millonaria del Estado a obra social se la reparten unos cuantos miserables. Y también se nos escapa a raudales la ternura cuando nos enteramos de que los mismos que fabrican pobres en serie prohíben la pobreza en las calles. Será que ser pobre es pecado, y que la pobreza les molesta a los mismos que la generan.
Decía hace no mucho, en un magnífico artículo, García Montero que “Sin compasión, la teoría se convierte en catecismo dogmático y las reflexiones desembocan en la crueldad. Uno de los síntomas más claros de la falta de justificación intelectual, científica o teórica de la actual política neoliberal es su falta de compasión, su extrema crueldad”. Porque los neoliberales, o liberales, a secas, como a ellos les gusta nombrarse, no tienen compasión, y porque esa falta de compasión desemboca en una intensa crueldad que se ceba, especialmente, y a sabiendas, con los más débiles.
Es una crueldad que pulula en el ambiente a modo de faro de guía para una clase política y una parte afín de la sociedad que disfrutan, como el aficionado disfruta de la agonía y la muerte del toro, de la precariedad y del dolor de los más indefensos. Y una sociedad insensible al dolor ajeno es una sociedad, además de ignorante, profundamente enferma; enfermedad cruenta que consiste en la ausencia de corazón, y que es la metáfora de lo más despreciable y hostil del ser humano. Por eso no dejemos que nos roben la ternura de las manos; nos la pueden negar desde las tribunas oficiales, desde las políticas, las instituciones y los decretos “liberales”, desde los medios de comunicación fabricados a su medida; …pero quedamos las personas. Seamos ahora más solidarios y cómplices que nunca. Que no nos roben la ternura.
Coral Bravo es doctora en Filología