Hace unas semanas escribía sobre la mala fortuna que ha tenido nuestro país con la derecha. Sobre todo en comparación con la lógica evolución que han tenido en otros países como Alemania o Reino Unido donde, a pesar de sus postulados neoliberales, han consolidados posiciones consecuentemente democráticas, modernas, libres de ataduras religiosas y nostalgias totalitarias.

Nada más lejos de nuestra realidad patria donde, además de la cavernaria y filo fascista ultraderecha de Vox, que presume de sus amistades con el homófobo presidente de Hungría, reprobado por toda la Unión Europea, o del nacionalista serbio que ocupa la presidencia de dicho país, tenemos a un líder del partido que debería estar llamado a gobernar en algún momento, Pablo Casado, que no para de erosionar las instituciones y sembrar odio y confrontación entre los conciudadanos, a cualquier precio.

Después de darse cuenta, a pesar de insistir hasta la náusea, del ridículo internacional que hacía, y más frente a la Unión Europea, vociferando el reparto “desigual y opaco”, de los fondos europeos, que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha desmentido hasta en tres ocasiones, la última por escrito y felicitando al presidente español Pedro Sánchez por la gestión de estos, ha cambiado de táctica.

Vuelve a los “discursos de postverdad”, los que me siguen saben que para mí la posverdad y los métodos de propaganda nazi de Goebbels, repetir una mentira hasta que parezca verdad, son la misma cosa, aunque el precio sea seguir crispando la sociedad e incendiar las instituciones que pretende dirigir.  

La circense convalidación de la reforma laboral en el Congreso por un solo voto y gracias a un error del diputado del PP, Alberto Casero, ha acentuado más, si cabe, las relaciones entre el Gobierno y el PP. La acusación de Casado y su grupo de “pucherazo”, no es más que otra pataleta de mal perdedor, pues, como se ha demostrado, el doble mecanismo informático de validación del voto evidencia el error humano del diputado popular.

No hace falta ser muy observador para darse cuenta de que, el diputado Casero, tiene media luz y no precisamente Led, y es posible que estuviese más pendiente de algún otro entretenimiento que del voto, por muy crucial que fuera para su partido. Hay antecedentes importantes en el partido, como en el caso de la diputada y exministra Celia Villalobos, que trabajaba en el Congreso en mejorar su puntuación de un conocido juego de golosinas.

Tal vez el karma ha sido justo, en esta ocasión, y le ha dado la vuelta a una extraña situación que recuerda a las maniobras habituales de la mentora de Casado, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Esos capítulos de nuestra historia reciente que llevaron al PP de Aguirre en su primera elección a presidir la Comunidad, con la compra de los votos de los diputados Tamayo y Sáez, y que han sido motivo de muchos procesos y juicios en los que muchos altos dirigentes de su partido han pasado por los juzgados e incluso por la cárcel.

En este sentido, los socialistas no han dudado en acusar al PP de comprar los votos de los dos diputados de UPN que, tras tenerlos negociados el PSOE con la dirección del partido, acabaron votando en contra, muy oportunamente para los intereses de Casado. El propio Gobierno, por boca del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, ha utilizado un argumento parecido al acusar a Casado de utilizar “todo tipo de artes” para tumbar el decreto y ha dejado entrever que el PP y Vox sabían que UPN iba a votar en contra. Miserable parlamentarismo el que nos ofrecen, en la peor versión de la 13 Rue del Percebe.

La diferencia es que el comic del maestro Ibáñez es un monumento de la ironía y el talento, mientras que lo que estamos viendo en  la oposición es un lamentable espectáculo pueril de guerracivilismo serie B, con el apoyo, por cierto, de cierta izquierda independentista que todavía no sabe si está dentro o fuera del sistema. Penoso.