Existen palabras, como “patriota”, que, aunque son llamativas y pomposas, en realidad están vacías de contenido. Me costó mucho entender el significado real de esta palabra tan mediatizada, pero me parece que se pronuncia demasiadas veces cuando se quiere esconder algo sucio tras la bandera que supuestamente se defiende. Georges Bernard Shaw decía algo tan lúcido como que ser patriota es estar convencido de que el país en el que se ha nacido es superior al resto de países solamente por eso, por ser el país en el que se ha nacido. Mayor cortedad, imposible. Y es que hay que ser corto de neuronas para no percibir que somos del lugar que somos por simple azar, no porque sea el mejor lugar del mundo. Lo mismo, o parecido, decía el gran Shopenhauer, cuando de manera contundentemente crítica afirmaba que “cualquier imbécil execrable que no tiene nada en el mundo de que pueda enorgullecerse se refugia en el último recurso de vanagloriarse de la nación a la que pertenece por casualidad”.

Y existen palabras, también como “patriota”, que dan miedo. A mí al menos me da miedo. Creo que desde siempre me ha inspirado cierto rechazo instintivo que no tiene que ver con amar o no a mi país, sino con la impresión de que quienes utilizan mucho esa palabra son capaces de cualquier cosa por defenderla, incluso destruir el país al que dicen que aman, porque, en realidad, no defienden a su país, defienden sólo a sus ideas y a sus intereses, personales y corporativos o de grupo. Un simple vistazo a nuestra historia nos lo muestra como cierto. Y dan miedo porque, como decía Bertrand Russell, el patriotismo es la disposición de matar y dejarse matar por razones triviales; porque defender un supuesto amor que en realidad no existe es una gran trivialidad, además de una profunda indecencia.

De tal manera que, en el fondo, lo que llaman patriotismo es una herramienta de control social. Y es una herramienta contundente de fanatización, especialmente ideada para aquellos a los que les da pereza pensar, o miedo, que a veces pasa. De hecho, una de las técnicas coercitivas de manipulación (de lavado de cerebro, en palabras coloquiales) más importantes en cualquier secta destructiva (microfascismo o macrofascismo –dictadura-) es eso mismo, la propagación en los adeptos del sentimiento de pertenecer a un grupo de elegidos, lo cual implica odio y rechazo al que no forma parte del grupo; es decir, patriotismo con todas las letras. Recordemos el patriotismo de Hitler y los nazis; se creó tal sentimiento patriota en los alemanes que acabaron torturando y asesinando a cualquiera que no fuera de raza aria, y en la terrible convicción de que hacían lo correcto. O recordemos el patriotismo del fascismo italiano de Mussolini.

O recordemos el patriotismo que nos queda más cerca. Ese patriotismo que dio lugar al golpe de Estado de 1936 y que, con la ayuda de los nazis alemanes y los fascistas italianos, acabaron con la democracia española proclamada en la II República. Ese patriotismo español que hizo añicos España. A eso algunos lo llaman “amor a la patria”, aunque significa algo muy diferente: fanatismo y odio intenso hacia quienes de verdad quieren ver progresar a su país. Queda muy evidente que los que hablaban entonces, y hablan ahora, de lo que llaman “la unidad de España”, lo que quieren realmente es romperla y despreciarla. Y los que hablan de amor a la patria lo que buscan es saquearla y demolerla.

En los últimos tiempos nos están inundando discursos de la derecha, la más y la menos extrema, en los que las palabras “patria” y “patriotismo” parecen usarse como moneda de cambio de la sinrazón y como excusa para justificar el fanatismo y el fascismo que, en el fondo, es la columna que vertebra sus discursos. Parece que Vox, en este sentido, se lleva la palma. Critican el nacionalismo catalán pero ensalzan su propio nacionalismo. Fanatizan al personal, especialmente, repito, al que no suele usar mucho las neuronas, y meten a la gente el miedo y el odio en el cuerpo.

Como es una palabra que no me gusta porque su significado, como tantos otros de tantas otras palabras, ha sido manipulado y amañado, prefiero ser racional y, por tanto, intento ser objetiva.  Y la verdad es que me espanta y me asusta tanto discurso patriótico. No creo que amar el lugar en el que se ha nacido implique odiar el resto de lugares del mundo, ni creerse ciegamente que es el mejor. Porque lo que llaman patriotismo en realidad es un sentimiento sectario que no tiene que ver con ningún país ni ningún lugar, sino con una hemiplejía moral y una soberbia que alienta la exclusión, fomenta el odio e impide la fraternidad entre las personas.

Amar el lugar en el que se ha nacido significa eso mismo, amar ese lugar, ese país, esa región, esa tierra. Y si se ama ese lugar o ese país se ama también a sus gentes, a su diversidad, a su riqueza lingüística y cultural; y se quiere que ese país o ese lugar progrese, que las personas que lo habitan vivan lo mejor posible,  que se vele por sus intereses, que mejore  su nivel de vida, que se respeten sus derechos básicos, y, sobre todo, que vivan y piensen en libertad. Justamente todo lo contrario que motiva y que mueve a estos patriotas.

Coral Bravo es Doctora en Filología