Se le acumulan los problemas a Alberto Núñez Feijóo. El mismo que hace poco se desgañitaba en la Plaza de España gritando “¿mafia o democracia?”, ahora se esconde. No da la cara. No comparece. No responde. Ante el escándalo que salpica a Cristóbal Montoro y a las antiguas cúpulas del Ministerio de Hacienda, el líder del Partido Popular guarda silencio. ¿Dónde está el supuesto azote de la corrupción? ¿Qué tiene que decir el hombre que se presentó como el regenerador de la derecha?
Hace año y medio, Feijóo daba a conocer que había recuperado al núcleo duro de Montoro para integrarlo en su equipo de asesores económicos. Como si nada hubiera pasado. Como si la hemeroteca no existiera. Como si todo lo que representaron los recortes, la desigualdad y los privilegios fiscales a los poderosos no formara parte de la historia reciente de nuestro país.
Hay quien dice —y yo lo comparto— que el PP debería pasar al menos veinte años en la oposición. Hasta que se regenere de verdad. No es decente que mientras el Gobierno de Rajoy subía a tu padre o a tu abuela un 0,25% la pensión porque “no había dinero”, algunos en su partido se estaban forrando. No es digno que mientras el PP pedía a los españoles que “se abrochasen el cinturón”, hubiera miembros de su entorno llenándose los bolsillos. No es tolerable que mientras 400.000 familias eran desahuciadas en este país por no poder pagar la hipoteca, otros se lo llevasen “calentito” a través de empresas pantalla.
Pero no es solo el pasado. Es también el presente. Feijóo salió exultante del último congreso federal del PP. No hizo ni una sola propuesta para mejorar la vida de la gente, pero sí dejó clara su obsesión: destruir al Gobierno de Pedro Sánchez cuanto antes y como sea. Su hoja de ruta política es tan simple como cínica: cuanto peor, mejor. Pero hablar de corrupción cuando tu partido tiene más de 20 causas abiertas en los juzgados y ha sido el único partido de Europa condenado por financiación ilegal, no solo es incoherente. Es temerario.
Lo que no esperaba Feijóo era que la explosión le estallase en la cara. Porque lo de Montoro no es un caso cualquiera. Es un terremoto político de enormes proporciones. Y por mucho que los medios conservadores intenten ocultarlo, es grave. Muy grave. No hablamos de un asesor cualquiera. Hablamos de un exministro de Hacienda, piedra angular de la política económica del PP durante años y de toda la cúpula del ministerio. Y de toda una estructura de empresas instrumentales —16 descubiertas hasta ahora, según los investigadores— presuntamente utilizadas para desviar fondos públicos.
El escándalo ya se ha cobrado sus primeras víctimas judiciales: dos cúpulas del Ministerio de Hacienda imputadas de golpe. Y el miedo empieza a extenderse en el PP, porque la mancha podría salpicar a muchos. No a uno o dos. A decenas. Quizá cientos. El pánico no es a la injusticia. El pánico es a la verdad.
Y mientras tanto, el PP hace lo de siempre: silbar. Fingir que no pasa nada. Esperar que escampe. No hay asunción de responsabilidades. No hay dimisiones. No hay explicaciones. Y mucho menos, vergüenza. Esta es la oposición que sufre España: una derecha que nunca pide perdón, que nunca limpia la casa y que se protege entre sí cuando la Justicia se acerca.
Montoro, además, no es un cualquiera. Es el mismo que señalaba a la ciudadanía con el dedo, culpándola de haber vivido “por encima de sus posibilidades”. El que subió los impuestos a la clase media trabajadora más que ningún otro ministro en democracia, mientras concedía amnistías fiscales a los grandes defraudadores. El que recortó 10.000 millones de euros en Sanidad y Educación, destruyendo miles de empleos públicos. El que pedía sacrificios a la población mientras ahora, al parecer, su entorno hacía caja.
Y Feijóo, que lo rescató políticamente hace año y medio, calla. No da la cara. No exige explicaciones. No lidera ninguna depuración. ¿Dónde está ese supuesto defensor de la decencia pública? ¿Dónde quedaron sus palabras sobre la necesidad de pasar página y empezar una nueva etapa en el PP?
El escándalo es tan evidente que algunos medios han decidido directamente ignorarlo. En El Mundo, La Razón o ABC, encontrar una información de apertura sobre el caso Montoro requiere lupa. Literal. Hay quien bromea con que los lectores deberían recibir una con la edición del periódico. Pero no es broma: España tiene hoy la peor prensa de derechas de Europa. Una que actúa más como departamento de comunicación del PP que como contrapoder.
En televisión, más de lo mismo. Ni especiales, ni tertulias monográficas, ni portadas de urgencia. Silencio. ¿Será que no interesa? ¿O será que hay muchos nombres importantes que podrían quedar en evidencia si el caso se investiga hasta el final? No es casual que algunos periodistas empiecen a hablar de presiones, de amenazas antiguas, de silencios pactados. Alsina, por ejemplo, acaba de reconocer que Montoro lo amenazó durante años. Y no dijo nada hasta ahora. ¿Por qué?
Más sospechoso aún es el mutismo absoluto de Santiago Abascal. El patriota de plástico que brama contra inmigrantes, feministas o trabajadores en huelga, ahora no tiene nada que decir. ¿Por qué ese silencio? ¿Por qué no exige responsabilidades políticas ante uno de los mayores escándalos que han afectado al Ministerio de Hacienda en nuestra democracia? ¿Tendrá algo que esconder?
Tampoco sabemos si Manos Limpias, tan activa en otros procesos, se ha dignado a personarse en este. ¿No les parece suficientemente escandaloso? ¿O es que, como tantas veces, sus prisas judiciales dependen del color del acusado?
La pregunta es inevitable: ¿cuándo convoca Feijóo la próxima manifestación “Mafia o democracia”? Porque, si tomamos sus palabras en serio, ahora es el momento perfecto para salir a la calle. Pero claro, en este caso la mafia —según su propio marco mental— estaría enquistada dentro de su casa. Lo más preocupante no es el caso judicial, por grave que sea. Lo que indigna de verdad es la reacción política. O mejor dicho, la falta de ella.
El PP, que presume de constitucionalismo y de compromiso con la legalidad, vuelve a demostrar que la regeneración no es más que un eslogan vacío. No han aprendido nada. No han cambiado nada. Y si vuelven al poder, lo harán con los mismos métodos, las mismas personas y la misma impunidad. Feijóo llegó para representar un cambio, pero cada día que pasa demuestra que es más de lo mismo. Más silencio. Más hipocresía. Más escándalos. Más cobardía. ¿Hasta cuándo?