La mayoría de las familias monoparentales en España son monomarentales (81,9% de mujeres frente a un 18,1% de hogares con un hombre a cargo). Según datos del INE referidos a 2018, de los 1.878.500 hogares formados por uno solo de los progenitores con hijos, un total de 1.538.000 eran de mujeres y 340.300 de varones. Sin embargo, el término monoparental se emplea mucho más que el monomarental, por lo que se invisibiliza de nuevo la realidad de las mujeres. Incluso el corrector ortográfico de Google Drive subraya en rojo monomarental y ofrece como opción correcta monoparental.

En Andalucía, con datos del Instituto de Estadística autonómico, hay 105.000 hogares monoparentales, de los que más de 92.400 son de madre sola y 12.600 de padre solo. El porcentaje es superior a la media española, pero el apartado que la Junta andaluza dedica al tema se titula Familias Monoparentales y eso que dentro se afirma que “en los últimos años, dado que son más los hogares formados por madres solas, este término se ha redefinido como familias monomarentales, respondiendo así a la necesidad de visibilizar el papel de las mujeres en la crianza y el cuidado infantil”.

Con estos datos sobre la mesa resulta coherente que el ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, Pablo Bustinduy, insista en la necesidad de redoblar la protección de las familias monomarentales en la tramitación del proyecto de ley de Familias que llegará pronto al Congreso y que decayó por el adelanto electoral al 23 de julio pasado.

La equiparación de las familias monomarentales a las numerosas a la hora de las ventajas que se otorgan a estas últimas fue uno de los puntos que suscitaron debate en la anterior legislatura. Pero en este punto hay que reconocer la aportación y la valentía de las mujeres que deciden afrontar la maternidad en solitario y contribuyen a paliar la caída de la natalidad, uno de los problemas del reto demográfico en España y en Europa.

Mientras no se cuente con la aprobación de la futura ley de Familias, las administraciones públicas pueden allanar el camino como, por ejemplo, ha hecho la Comunidad Foral de Navarra con la puesta en marcha del carnet de familia monomarental. Por el contrario, el Registro Civil no ha actualizado todavía sus impresos para contemplar un estatus específico para el recién nacido o la recién nacida de una sola progenitora y exige la comparecencia física de la madre sin consignarla entre los requisitos que figuran en el formulario en papel.

Algo parecido ocurre a la hora del empadronamiento, trámite que también requiere la presencialidad de la madre sin tener en cuenta las dificultades de desplazamiento o la lactancia materna.

Una vez más comprobamos cómo la sociedad evoluciona más rápidamente que la adaptación de las instituciones a los cambios sociales y culturales.