Pero el franquismo y sus adláteres se encargaron muy bien, durante cuarenta años, de tapar, cuando no de difamar y desprestigiar, el período más democrático de la historia española, que consiguió, entre otros muchos logros, el sufragio universal, el voto femenino, el derecho a un salario mensual para los trabajadores, el matrimonio civil, el laicismo en las instituciones, el acceso de la mujer al mundo político y académico y el derecho universal a la educación y a la sanidad. Eran, quizás, demasiados logros democráticos para un país en el que pervivían fuerzas totalitarias que, como la derecha ultraconservadora y la Iglesia, llevaban siglos beneficiándose de la ignorancia y la sumisión del pueblo. Y el golpe de Estado contra la República no tardó en llegar, junto a sus siniestras consecuencias.

Todos los seis de diciembre se lleva a cabo una manifestación en Madrid, y en otros lugares de España, por la República. Son, cada día, más frecuentes las voces que, desde distintos ámbitos sociales, reconocen los valores de la República Española y reivindican el sistema de gobierno más alineado y compatible con la democracia. Cada día la gente va saliendo más del desconocimiento inducido sobre la identidad de los valores democráticos y republicanos, especialmente en lo que suponen de ética, igualdad, justicia y respeto esencial a los Derechos Humanos.

El sumiso, monolítico e incondicional respeto que ha inspirado a los españoles una monarquía impuesta, y no electa, parece estar diluyéndose tras diversos acontecimientos y actitudes alejados del sentir general de la mayoría de los españoles. Declaraciones de algunos de sus miembros alineadas con posiciones ultra-religiosas, actos de compromiso confesional que les alejan del pluralismo ideológico y social, falta de transparencia en los presupuestos que les sostienen a cargo del erario, y especialmente las actividades presuntamente ilegales y delictivas de fraude y malversación de fondos del yerno del rey, han socavado seriamente la imagen y el prestigio de la Corona de cara a la ciudadanía.

Históricamente monarquía y religión han constituido una alianza concebida para imponer su poder totalitario sobre las sociedades. Basadas en una idea anacrónica, irracional y caduca de superioridad sobre el pueblo, en la época actual han pretendido convivir con la democracia, cuando se sustentan en idearios que son la esencia misma de lo antidemocrático.

Y la sociedad española empieza a cuestionarse si los intereses de estas instituciones, para muchos obsoletas, son capaces de convivir con una sociedad que aspira a la igualdad, a la libertad, al progreso y a la justicia social. Y en el horizonte se vislumbra, para muchos, la palabra República como modo de gobierno capaz de reinventarnos, y capaz de convertirnos a los españoles, no en súbditos ni siervos de nadie, sino en verdaderos ciudadanos.

Coral Bravo es Doctora en Filología