El pasado 28 de marzo se conmemoraba el Día de recuerdo y homenaje a las víctimas de la guerra civil y la dictadura en la Comunidad Valenciana, tal conforme establecía la Ley de memoria democrática y para la convivencia de la comunidad autónoma, de otubre de 2017. 

Quizás sea la última vez que hablemos de esta conmemoración, dados los cambios legislativos que, si nada lo impide, se avecinan. Y por eso, y porque hay cosas que no deberíamos olvidar, merece la pena reflexionar sobre el tema.

Cuando se empezó a hablar de lo que se conoció como “memoria histórica” yo era, como tantas españolas y españoles del “baby boom”, una adolescente que empezaba a tomar conciencia de lo que había pasado en este país. Todavía recuerdo la muerte de Franco como un día sin colegio y poco más. En poco tiempo, nuestros padres celebraban el hecho de poder votar como algo insólito y, a partir de ahí, algo se empezaba a remover por dentro y por fuera.

Surgió a necesidad de recuperar nuestra memoria, la memoria histórica de una época sobre la que se había extendido un manto de silencio que en muchos casos se mantiene y que nos privó de conocer cosas que ya nunca sabremos. El miedo, primero, y la necesidad de supervivencia, después, hicieron que el silencio formara parte de nuestras vidas. De determinadas cosas no se hablaba y, quienes lo desafiaban, lo hacían en voz baja y mirando a todas partes por si alguien escuchaba.

La memoria histórica era necesaria, porque era necesario rescatar del olvido todas esas historias que conformaron nuestras vidas y de las que nadie hablaba. Y no solo por saber, sino por restaurar la dignidad de tantas personas que lo perdieron todo, incluso la vida.

A mí me gustaba el término “Memoria histórica”. Me parecía hermoso, con un halo poético del que la nueva denominación “Memoria democrática” carecía. Pero, con el tiempo, me percaté de que no era un simple cambio de denominación. Era necesario dar un paso más y expresar la diferencia entre el simple recuerdo del pasado, y el restablecimiento de la dignidad de quienes defendieron la democracia. Y eso va mucho más allá de la simpleza de una expresión largamente repetida, la de que se hicieron barbaridades “en ambos bandos”, que iguala de un modo injusto a quienes luchaban por nuestras libertades con quienes pugnaban por arrebatárnoslas.

Todas las guerras son crueles y dan lugar a injusticias, pero quienes perdieron la nuestra no tuvieron oportunidad de que se les reconociera, porque a la contienda siguieron cuarenta años de ominoso silencio, en los que se reescribía la historia arrojando tierra sobre su recuerdo del mismo modo en que se arrojó tierra sobre sus tumbas, muchas de las cuales ni siquiera sabemos dónde están.

Por eso es necesaria la memoria democrática. Ni más ni menos.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (@gisb_sus)