Lo he pensado varias veces antes de titular este artículo. Me ha costado decidir, sobre todo, si incluía los signos de interrogación. Y, al final, he optado por hacerlo, porque en este tema hay más preguntas que respuestas.

Nadie duda que la libertad de expresión es un derecho irrenunciable, uno de los pilares de cualquier estado democrático. Y tampoco podemos dudar, a estas alturas, del correlativo derecho de la ciudadanía a recibir información y a que esta sea veraz. Y aquí es donde esté, probablemente, el quid de la cuestión.

El llamado “efecto llamada” es una suerte de comodín que se emplea cuando no se quiere que determinadas cosas se sepan, con o sin razón. Pero antes de cercenar un derecho tan sacrosanto como a información hay que ponderar muy bien dónde están los límites y cuáles son los riesgos. Y no es tarea fácil.

Sin ánimo de exhaustividad, me vienen a la cabeza varios casos donde se esgrimió tal efecto llamada. Se ha utilizado, de una parte, para cuestionar políticas de acogida de inmigrantes, aduciendo que supone animar a gente a que venga a nuestro país de forma descontrolada. Craso error. No hay más que imaginar lo difícil que debe ser dejar todo atrás y arriesgar la vida para cruzar una frontera para concluir que es una frivolidad pensar que esa decisión venga motivada por una noticia de prensa.

También se habló mucho de ese efecto para evitar, durante décadas, reproducir noticias relativas a los suicidios, que eran prácticamente invisibles. Sin embargo, hoy día, visto el gran problema que los suicidios suponen, sobre todo en la juventud, habría que repensar si esa política de silencio informativo fue adecuada.

Igualmente, se ha usado este riesgo con relación a noticias relacionadas con la violencia de género. Y siempre he mantenido que quien ha resuelto algo tan grave como acabar con la vida de su pareja y, en muchos casos, con la suya propia o con la de sus hijos, es inconcebible que lo haga por el mero hecho de haber visto en la tele que otro lo hacía.

Ahora bien, no todo vale. Antes de entrar en esa competición por ver quién consigue el dato más oculto, la declaración más jugosa o el detalle más espeluznante, hay que pararse a pensar. Pero no echemos solo la culpa a la prensa. Antes de lanzarnos como si no hubiera un mañana a conocer hasta lo más escabroso, también debemos reflexionar. Porque si no hubiera quien consume con avidez esas cosas, no habría medios presionando para conseguirlas. Ni más ni menos.

Hay cosas que es preciso conocer, pero hay otras que son por completo prescindibles y hacen más daño que otra cosa, sobre todo a las víctimas.

Pensémoslo la próxima vez que nos llegue un enlace antes de abrirlo.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)