Entenderán que si ha obtenido de ustedes la mayoría absolutísima, sin necesidad de explicarles el programa electoral y sin haber tenido que responder ninguna de las preguntas que los periodistas le hacían en nombre de los electores, ahora, cuando tiene por delante cuatro años hasta su reelección, no se sienta en la peligrosa necesidad de hacerlo.

Lo que les ocurre a ustedes, y permítanme que sea un tanto descortés al decírselo, es que ven demasiada televisión extranjera. No les hace ningún bien ver esas series anglosajonas en las que los políticos responden sin cesar a cada una de las preguntas de los descarados informadores, o en las que salen una y otra vez a explicar cada uno de los pasos importantes que van a dar sus gobiernos. De esas democracias extranjeras podría deducirse que los políticos son simples servidores públicos, que tienen el honor de trabajar para quien les ha votado, y que por ello le deben respeto y dedicación.

Pero no todo lo que viene de fuera es mejor. España es un gran país, otrora imperio, que desde el fondo de los siglos ha sido dirigido con el éxito que resulta evidente, por reyes, presidentes y generalísimos que lejos de deber nada al pueblo, exigían de éste la debida obediencia al ser superior. Suerte tienen ustedes, pobres y miserables mortales, de que personas de la raigambre de Mariano, o antes que él de Aznar (no quiero irme más atrás), acepten bajar del olimpo de los dioses para dirigir nuestras vidas por el buen camino. No podemos exigirles encima, que se rebajen a explicar lo que no merecemos conocer.