En estos días, había pensado dedicar este espacio a algún lugar común como la despedida al año que se va o los buenos deseos para el que viene. Muy típico, desde luego, pero parece que es lo que pide el cuerpo.

Pero mira tú por donde que el cuerpo a veces se rebela ante las cosas que presencia, y hay que salirse del guion. Porque también toca.

No obstante, empezaré con un recuerdo navideño. Siempre me acuerdo de un clásico de mi infancia: ir a visitar a aquellos parientes que no veía durante todo el año y ante los que debía fingir mucho amor, mucha paz, y mucho agradecimiento por el caramelo, el polvorón o las pocas pesetas que me diera. Aunque me pincharan sus barbas o me molestaran sus besos pegajosos, mi madre me decía que había que ser educada, y asunto concluido. Había que comportarse “como dios manda” y fingir mucho amor y mucha alegría o, al menos, disimular que aquella visita no solo no me importaba un pepino, sino que me jorobaba bastante.

Y es que la educación era fundamental para cualquier niña o niño de la época. Los “buenos días”, “buenas noches”, “por favor” y “gracias” eran parte de nuestra letanía diaria, y pobres de nosotras si no cumplíamos. Y hay que reconocer que tampoco costaba tanto.

Pues bien, estos días me acordaba de aquello viendo las cosas que se ven en parlamentos y hemiciclos de nuestro país. No contentos con ese tono acre, grosero y maleducado a los que más de un parlamentario nos ha acostumbrado, se traspasa una línea roja más, entrando en el terreno de la invasión del espacio personal, por decirlo de alguna manera. Un comportamiento que ni mi madre ni ninguna madre de las que nos criaron hubieran consentido jamás.

Una se pregunta en qué momento se convirtieron los foros políticos en poco menos que una cancha de lucha libre, y no solo dialéctica. ¿Dónde se quedaron aquellas sesiones parlamentarias elegantes que daba gusto oír, aunque no nos importara la película?

Cuando veo esto, me vienen a la cabeza las imágenes que en algunos informativos nos ofrecían de parlamentos de otros países, que acababan como una bochornosa batalla campal. Entonces, me parecía tan ajeno como si hubiera pasado en Marte. Ahora, me da miedo que en cualquier momento se pueda acabar así. Miedo y vergüenza.

Así que, volviendo a lo propio de estos días, aprovecho para hacer una petición a Los Reyes Magos. Les suplico que traigan a nuestros políticos toneladas de buena educación, de esa que nos inoculaban en la infancia. Porque les hace falta. A algunos, a capazos.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)