Llevamos hablando durante años de las nuevas tecnologías aplicadas a casi todos los órdenes de la vida, y la política no es una excepción. Quizá sea el mejor ejemplo para comprobar la proliferación de textos, lecciones, tesis, artículos, columnas, presentaciones, asesores de Obama y expertos en la materia que crecen alrededor de una posible oportunidad de negocio. Yo particularmente me incluyo entre los articulistas y columnistas que se han sumado con alma de fiesta a la orgía de información sobre el asunto, aunque debo decir que no siempre en la línea que a muchos les hubiese gustado.

No creo que estemos ante la nueva sociedad conectada (todavía), ni que las redes sociales cambien gobiernos. Es más, espero que esto último no ocurra nunca, y que sigan siendo las urnas, bastante menos tecnológicas y más accesibles para quienes no dominan Twitter, las que den su veredicto en una noche electoral apasionante. Que se lo digan a Al Gore. Cada cierto tiempo me gusta recordar, en estos rincones que me dejan para escribir, que hay millones de personas en el mundo que desconocen Facebook porque nunca han visto un ordenador personal. Gentes para las que un Ipad es un objeto inútil porque jamás aprenderán a usarlo si no tienen un enchufe dónde cargarlo de energía. Y la electricidad no es una prioridad cuando lo que falta es pan que llevarse a la boca. No hace falta irse muy lejos. En nuestro propio país las cifras siguen nadando en optimismo, cuando todos conocemos más de uno, dos y tres amigos cercanos que no se manejan en esto que se llamó la web 2.0, ni en ninguna web. Ciudadanos que viven el ostracismo tecnológico privados de las oportunidades que ofrece el acceso a Internet, y ajenos a los vídeos virales en los que se dejan los cuartos los partidos políticos.

La tecnología no es un fin en sí misma. Bien asimilada e incluida en muchos de los distintos componentes que forman una campaña electoral facilita y mucho tanto la transmisión del mensaje como el contacto con los ciudadanos. Ahora bien, nada puede hacer una página en Facebook o la utilización de millones de datos para crear patrones o enviar correos electrónicos si no hay personas que analicen y palpen la realidad con sus cinco sentidos - y el sexto también -, y den a luz el mensaje principal y los sectoriales que debe transmitir el candidato para luego ser lanzados a los cuatro vientos a través de esa tecnología que ya no es nueva ni cool, y se ha convertido en una herramienta más de la campaña. Los llamamientos de última hora que hizo Barack Obama, también a través de las redes sociales y el correo electrónico, lo eran para reivindicar la amistad palpable y no telemática; para que los suyos acudiesen al colegio electoral acompañados de otra persona a la que había que convencer de que votase al candidato demócrata. El mensaje, esa idea, transmitido a través de la tecnología para llamar a la puerta de al lado y decirle a ese amigo de toda la vida que no era un día para quedarse en casa. La armonía de una campaña electoral para victoria. La estrategia combinada de los que viven en el mundo real y utilizan la tecnología para ganar.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin