Para conocer una determinada realidad social lo mejor es estudiarla. Esta verdad de perogrullo pasa a un segundo plano cuando se trata del idioma catalán, porque cada pequeño paso que se da, dentro o fuera de ese estudio, es mirado con lupa e interpretado, muchas veces, según los propios intereses. En estos días se ha publicado el resultado de un informe sobre usos lingüísticos en Cataluña y se ha generado, cómo no, una gran polémica.

El estudio se hizo basándose en la observación directa, llevada a cabo de incógnito, en distintas escuelas e institutos de la Comunidad Autónoma. Y allí reside la controversia. Hay quienes indican que la única forma de que el estudio sea fiable es que los observados no sepan que son observados, porque es imprescindible que actúen de forma natural. Y, por supuesto, hay quienes afirman que se trata, lisa y llanamente, de un espionaje con el objetivo de denunciar a los castellano hablantes o de adoctrinar a los niños. Esta última afirmación no se basa en ninguna prueba, sino que se trata de una posición meramente ideológica.

Dentro de las mismas familias el bilingüismo es un valor.

Lo cierto es que para la inmensa mayoría de la gente, el problema lingüístico en Cataluña es inexistente. Castellano y catalán conviven sin conflicto. Está claro que hay casos aislados como en cualquier otra cuestión, pero una golondrina no hace verano. Lo cierto es que, cualquiera que haya estado en Cataluña, disfrutará, trabajará o pasará el rato sin pensar en qué idioma se expresa, porque nadie se lo afeará.

Dentro de las mismas familias el bilingüismo es un valor. Muchos venidos de lejos o de más cerca hablan con sus hijos en castellano en casa, sabiendo que en la escuela aprenderán catalán y se expresarán perfectamente en cualquiera de las dos lenguas.

Es natural que la lengua más potente gane terreno. Por eso, como la lengua catalana es un enorme valor cultural, es lógico que se apoyen políticas en defensa de la misma. Hay que conocer el terreno. Hay que saber si el uso del catalán está subiendo o no entre las nuevas generaciones. Hay que saber si, además de durante las clases, los niños hablan una lengua u otra en el tiempo libre. Y para eso hay que hacer estudios. Se podrán hacer mejor o peor y los resultados serán más o menos fiables, pero serán importantes para decidir los pasos a seguir.

El problema reside en una historia de prohibiciones durante el franquismo que ha desembocado en la utilización de las lenguas como arma arrojadiza y no como instrumento de comunicación. Esa es la herencia envenenada que dejó el dictador Francisco Franco. Los catalanes lo sabemos muy bien. El castellano era obligatorio y publicar algo en catalán podía costar la cárcel. Ni siquiera se podía inscribir a los niños en el Registro con nombres en catalán. El franquismo lo prohibía. El catalán, más allá de una lengua, era ya una reivindicación.

Se ha podido leer en La Vanguardia que en la Parroquia de Sant Romà de Lloret de Mar es posible seguir el Evangelio en catalán y castellano. Pero también, en inglés, polaco, italiano, portugués o francés. Nadie se plantea que este sea un problema. Muy al contrario, la convivencia lingüística es una solución.