Aquí, lo que nos mola es la tele y el hacha de sílex. La política de hoy es un reality show donde no salen ni la túnica namasté de Gandhi ni el pacifismo floral de John Lennon. La política de hoy es porno emocional adobado con estacazos telegénicos. De ahí que el votante exija no ya pan, o pan y circo, sino circo, mucho circo, aunque no haya pan.

Veamos. Mientras a López Obrador se le iba la mano con el peyote nacionalista y agitaba como una cheerleader las plumas de Moctezuma en la carta que les dirigió al Rey y al Papa reclamando no sé qué desagravios por lo que hizo el gachupín Hernán Cortés, aquí, en la Españeta, no íbamos a ser menos ridículos que el presidente mexicano. De manera que un candidato se puso más morado que nunca en un plató de televisión improvisándole al respetable un mitin mientras cambiaba los pañales a unos bebés de pega. Esa misma mañana, otro candidato había exhibido en un programa su sonrisa catatónica, como si la mantuviese siempre incorruptible y blanca con el conservante E-202. Allí expuso su Weltanschauung, que al final se redujo a que le gustan mucho la peli de E.T. y los dinosaurios tricerátops, lo cual explica que quiera una España casi tan moderna como el pueblo de los Picapiedra.

Por su parte, Pedro Sánchez, que acaba de presentar un sensato programa electoral, solo acudirá a los debates televisivos. Lógico que se encalme y encame en una campaña chill out. Ya se jugó el pellejo descendiendo de un aerogenerador con Jesús Calleja, según recordarán; una aventura que ya hubiera querido Spielberg para Indiana Jones. Rivera no se queda atrás en exhibicionismos. Lo mismo lo ves cantando pop agropecuario en un tractor de Guadalajara que brincando coreográficamente a lo Nureyev por el maderamen de una batea de mariscos. Y todo sin dejar de sacudir zurriagazos a Sánchez, a Podemos y hasta al pez payaso, que todos ellos tienen la culpa de que no engorden los mejillones, coño.

A Casado, a Rivera, a Abascalillo les faltan manos para echar superglú a las junturas independentistas de España, y por eso han pedido consejo al presentador de 'Bricomanía'

Los héroes de nuestra Marvel visigoda, o sea, Casado, Rivera, Santi Abascal y el toro de Osborne, hablan mucho. Muchísimo. Como si tuviesen la boca en una huelga perpetua a la japonesa. Pero nunca lo hacen de ecología, de la pobreza infantil, de la sanidad. Y miren si hace falta corregir el rumbo de la sanidad. Que el hospital de La Paz, sin ir más lejos, tiene menos recursos que la Barbie enfermera en su maletín. Lo cual condena a los pacientes de urgencias a chupetear un paracetamol mientras se aburren agonizando día y noche en los pasillos abarrotados de camillas, sin más socorro que una estampita homeopática de San Pantaleón entre los dedos, a ver si el patrono de la salud les conserva el aliento hasta que el próximo lunes de las calendas griegas los operen del hígado.

Los políticos de orden tampoco hablan demasiado de las pensiones, de educación, del cambio climático, de la esclavitud laboral. Saben que son temas que a ningún español le interesan. Y es verdad. A mí, por ejemplo, me interesa más que la selección se clasifique para la Eurocopa (¿dónde se celebra, por cierto?) que los más de dos millones de niños pobres que hay en España. O que Carlos Sobera me pague la cena en su programa con la hermana gemela y tropical de Megan Fox que llegar a fin de mes. ¿Cómo van a interesarnos estas y otras bobadas sociales si estamos ocupadísimos pujando en eBay por el Colt 45 de Clint Eastwood para defendernos de los millares de ladrones que diariamente entran en nuestras casas?

Casado, Rivera, Abascalillo pasan de las políticas sociales, sí. A ellos les faltan manos para echar superglú a las junturas independentistas de España, que han pedido consejo no a Steve Bannon, el chamán de la Internacional nacionalpopulista, sino al presentador de Bricomanía. Y entonces sí que va a haber unidad nacional. Pero por la fuerza. Una unidad que muchos defendemos sin tantas alharacas, aunque con igual contundencia. Como hizo anteayer Borrell durante la malintencionada entrevista que le asestó el periodista de una televisión alemana a cuenta del procés.

¿Qué ha dicho Casado de esta encerrona? Que yo sepa nada, o al menos no ha dicho nada mientras escribo este artículo. El pobre no tiene tiempo ni de respirar. Como para ocuparse encima de España. Que un día está, no sé, haciéndose una foto verde y astur con don Pelayo y al otro lo vemos evangelizando Melilla con la enciclopedia Álvarez en una mano y la bandera patria en la otra. Y siempre con Sánchez, Iglesias y los indepes en la boca. Que él se pasa por la horcajadura aquello de Lipovetsky: “En una democracia liberal, el objetivo ha de ser animar y valorizar las virtudes políticas de la tolerancia, el respeto mutuo, la cortesía, el espíritu de cooperación”.

Pero es que Casado no lee a los filósofos posmodernos, ni tampoco a los otros, claro. Lipovetsky le debe de sonar a nombre de mosquito que transmite el dengue marxista o así. Él se refugia en lo tradicional, o sea, en el hacha de sílex para sacarle los mondongos electorales a Pedro Sánchez. Por su parte, Rivera Díaz, Alberto Carlos —como nos ilustra el BOE con respecto al nombre real y subterráneo del líder de Cs—, cada vez distingue menos matices. Rivera es un político que, queriendo imitar a Macron, cada día se diferencia menos de Le Pen. O del caballo de faenas patrióticas de Santiabascal. Que siga el espectáculo.