De pronto, la derecha andaluza pone cara de ser centro y le gusta. Hace 50 años era de Franco y de Perón, hace 40 de Fraga y de Reagan, hace 20 de Aznar y de Bush y ahora es de Feijóo y de Macron. Juan Manuel Moreno así lo ha explicitado al autoproclamarse, al modo del presidente de Francia, como dique contención de la extrema derecha. La modération est belle. No me llames Juan Manuel Moreno, llámame Enmanuel Mogenó, con su erre gutural y su acento francófono.

Como su homólogo imaginario, Moreno ha llamado a los socialistas a votarle para así frenar a Vox y poder gobernar en solitario. Naturalmente, Mogenó toma de Macron solo la estrategia de rapiñar voto socialista, pero no el compromiso, inequívoco en el político francés, de no pactar nunca jamás con la ultraderecha. Nuestro Moreno sería, pues, un Macron demediado, un Enmanuel hispanizado y castizo. Moreno quiere el voto transversal de Macron pero sin negar a la ultraderecha como hace él.

Pero, como no suele haber mal que por bien no venga y como en política es bastante común que el hábito haga al monje, quién sabe si el presidente andaluz, tras haberle tomado el gusto a posar de centrista, no se lo tomará después a ejercer de centrista y finamente a sentirse un genuino centrista. Je suis Mogenó, pourquoi pas?

Le ha ocurrido a muchos políticos; desde luego, en la Transición española, a casi todos, aunque el caso paradigmático fue obviamente el de Adolfo Suárez, que tras haber sido un eficiente burócrata franquista se convirtió a la fe de la democracia con una sinceridad y un compromiso encomiables por sí mismos, pero mucho más porque con su arriesgada apuesta se jugaba el pellejo.

Y es ahí, en esa generosidad, en esa franqueza, en esa determinación para correr riesgos donde nuestro Juan Manuel Moreno se aleja de sus modelos. El presidente andaluz quiere entronizarse como Príncipe de la Concordia y Monarca de la Tierra Media, pero sin jugarse el pellejo, dejando entreabierta la gatera por donde, pactando un gobierno de coalición con Vox, regresar a sus orígenes genuinamente derechistas de disciplinado y excepcionalmente bien pagado burócrata de Génova.

Macron es adversario franco e inequívoco de Marine Le Pen y por eso nunca gobernará con ella; Moreno es un adversario meramente táctico y accidental de Macarena Olona y por eso no descarta gobernar con ella.

Las credenciales anti Vox del PP de Moreno y Feijóo son, por ahora, meramente preventivas, circunstanciales. Son pura provisionalidad, ciertamente, pero si la jugada de Andalucía les sale bien y la aritmética les da para prescindir de Vox, será una buena noticia para la comunidad y para todo el país, pues el rechazo a Olona, inicialmente marcado con el feo estigma del ventajismo, bien podría acabar transfigurándose en verdadero pedigrí liberal y trocando a quienes fueron cristianos viejos del dogma conservador en auténticos conversos a la fe templada de la moderación. 

Lo bueno de políticos bien educados pero sin convicciones demasiado firmes como Moreno es que, si las circunstancias así lo aconsejan, pueden cambiarlas y ese cambio puede ser a mejor. Lo malo, claro, es que el cambio también puede ser a peor. Llegado el caso, seguramente la izquierda tendrá que esforzarse para que el cambio de Moreno sea a mejor, contribyendo a hacer de él un verdadero Enmanuel Mogenó.