Cuando hoy me he sentado cara al teclado, me debatía entre dos polos opuestos para decidir el tema a tratar. De un lado, no podía evitar dedicar un espacio a despedir al año que fue y a expresar los mejores propósitos para el año nuevo; de otro, no podía cerrar los ojos ante la barbarie machista que nos ha hecho acabar el año de la peor de las maneras. Y al final, he llegado a una decisión salomónica. Porque, al fin y al cabo, los dos temas no son tan antagónicos.

Las espantosas cifras de violencia de género del mes de diciembre de 2022 tienen que ser, por fuerza, una llamada a la reflexión. No podemos quedarnos con la etiqueta de “diciembre negro” y pasar página sin más. Porque estaríamos volviendo a matar a las víctimas con nuestra indiferencia.

Y es que creo que, precisamente eso, la indiferencia, es una de las claves de este repunte. Hemos llegado a un punto en que no basta una víctima de violencia de género para llamar la atención, para copar titulares y portadas. Se necesita un repunte importante, o unas circunstancias especialmente crueles y morbosas para que el foco vuelva a ponerse sobre ello. Y ya se sabe, sin foco, el reproche social se desvanece y los hechos se normalizan. Y esto nunca puede ser normal, aunque sea, por desgracia, habitual. En este tema jamás debe tener cabida la resignación.

Tampoco podemos quedarnos con la justificación fácil y simplona de que en las Navidades se incrementan los casos porque se incrementa la convivencia. Desde luego, cuanta más convivencia, mayores son las posibilidades de que surjan conflictos, pero si no existe una situación de violencia de género, los conflictos nunca pasarían de ser eso, conflictos. Se trata de un polvorín que enciende una mecha, pero por más mecha que hubiera no habría explosión si no hubiera polvorín.

Y si de polvorines hablamos, vayamos a otra de las posibles claves, ese otro polvorín que crean permanente las palabras de políticos y opinadores irresponsables sobre mujeres mentirosas, denuncias falsas, paguitas, inmigración delincuente y todos esos lugares comunes en los que no me voy a extender para que no se me indigesten las uvas y los turrones.

Por eso, y volviendo a lo del año nuevo, deseo, como todo el mundo, que se acabe la Violencia de Género. Pero pido que incluyamos entre nuestros propósitos una mayor implicación, no girar la cara si vemos una situación sospechosa y no callarnos si alguien bromea con las denuncias falsas y las paguitas. Porque el silencio es cómplice.