La América profunda, la América de fusil puritano y sombrero de cowboy, la América de béisbol y sopa Campbell’s, está a una hora en coche de Madrid. Allí, en la sierra de Guadarrama, rodeado de pinares, retamas, quejigos y cagarrutas de ovejas, hay un campamento de verano para mozalbetes adictos a la adrenalina belicosa y tribal del Kaláshnikov.

Se llama Don Pelayo y no es un reformatorio soldadesco como los de EE.UU., ni un cuartel como tal, pero imita muy bien los modales de aquel y la disciplina —el temor al castigo— de este. Un territorio en el que es posible sospechar un tufo a uniforme resudado, a correajes, a gasoil, a órdenes con halitosis y a pistola recién engrasada. A este campamento, dirigido por militares y guardias civiles, acuden los futuros rambos de diseño para matar a tiros las vacaciones veraniegas y hacerse unos hombres como Ortega Smith, que en 2016 reconquistó Gibraltar él solito cuando extendió una bandera megalómana y nacional en el Peñón. Lástima que la reconquista, digna de un cantar de gesta —¿qué se hizo de Per Abbat?—, solo durara veinte minutos. Porque, acollonado por la llegada de la Royal Gibraltar Police, que es una policía con bombín británico y monóculo andaluz, nuestro héroe dejó a España en bragas y se arrojó al mar. Las malas lenguas dicen que, por fortuna, el Open Arms pasaba por allí, ya que, de lo contrario, es muy posible que hoy Ortega Smith viviera reencarnado en un banco de salmonetes.  

Pues bien, a Don Pelayo, a este cuartel como entre Abu Ghraib y Barrio Sésamo donde menudean los símbolos de la extrema derecha, acuden desde mocosos de siete años hasta marines de flequillo y acné posadolescente. Y niñas que aún deberían estar tropezando con la comba en vez de apuntar con el fusil al fotógrafo, lo que a mí me recuerda aquella imagen de William Klein titulada precisamente “Pistola”. Yo, en una pistola, solo veo la quijada perfeccionada con que Caín mató a Abel.

Un territorio en el que es posible sospechar un tufo a uniforme resudado, a correajes, a gasoil, a órdenes con halitosis y a pistola recién engrasada

El director del invento, en cambio, defiende todo ese vedetismo de las armas y subraya la “formación en valores” de un Kaláshnikov. Supongo que estos valores serán un poco distintos del imperativo categórico kantiano —“actúa de tal manera que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”— y de los que recoge nuestra ley educativa, que no solo prohíbe el juego con armas, sino que señala la educación para la paz en todos los ámbitos. Pero da igual lo que digan Kant y la ley, por supuesto. Permitir que los chavales manoseen un fusil es más rentable económicamente que leerles Juan Salvador Gaviota, que esta sí es una historia de supervivencia y superación, y no la farragosa neurosis de Rambo. Luego nos ofendemos con las imágenes de los niños soldados de África o ponemos el grito en el cielo de Alá a causa de las escuelas coránicas. Que vemos la paja en el ojo ajeno y no el adoctrinamiento en el nuestro.

No sé qué pensarán los padres mandando a sus hijos menores de edad a familiarizarse con armas idénticas a las del ejército, que, en este caso, no disparan balas —todo un detalle—, sino bolitas de plástico. Sin embargo, una bolita de esas te puede facilitar mucho los trámites para ganarte un asiento preferente en el autobús o un papel de ciego en una nueva versión del Lazarillo de Tormes escrita por Rosa Navarro Durán, que ya ha descubierto quién es el autor de la novela exanónima.

Claro que un disparo en un ojo es también una buena manera de reducir el paro juvenil. La más eficaz, por supuesto, son las guerras civiles. A mí me parece que con las soflamas de Jiménez Losantos, los tuits lapa de Hermann Tertsch, el acoso constante a Iglesias/Montero y las banderitas hormonadas de Vox, ya podíamos ir pensando —a ver si esto del coronavirus se pasa un poco— en matarnos otra vez. Y en sugerirle a Cayetana Álvarez de Toledo que se ponga en topless para guiarnos, como la revolucionaria del cuadro de Delacroix, contra este Gobierno que nos está boliviarizando España. Supongo que Cayetana —ahora que acaba de destituirla Casado como portavoz, que la chica le salió respondona— dispondrá de tiempo libre para elegir si lleva un modelito libertario de Chanel o de Armani.

Y, hablando de modelos, no seré yo quien insinúe que estos chicos y chicas de Don Pelayo sean fascistas, pero se empercharían —sin dudarlo— la camisa azul en otra guerra civil. Y tampoco esta vez les perdonarían la vida a los muertos que ya mataron sus bisabuelos. Cosas de los niños de Rambo.