Llamadme viejuno, pero no hay una Nochebuena en que me pierda el discurso del rey. Mientras algunos terminan de colocar los ibéricos y los langostinos en las bandejas, o se atusan el peinado de peluquería, yo me siento a escuchar a su majestad a ver qué se cuenta este año. Será por herencia familiar, vinculada al Ejército y el respeto a su pirámide orgánica, pero es una tradición a la que sólo le falta la copa de coñac y el Farias.

Este año no ha sido una excepción, aunque reconozco que me he despistado un poco. Sería el tostón de los mensajes de autoayuda, o la necesidad del abrigo social de mis iguales, pero me metí un segundo en Twitter y encontré que la Fundación Nacional Francisco Franco se había puesto en contacto conmigo. Querían recordarme que tienen a la venta su obra fascista sobre “la cruzada” del dictador, al módico precio de 200 euros.

Si me ofrecían este compendio de panfletos, que lleva el “sentido prólogo de Utrera de Molina” y “la firma de la duquesa de Franco”, no era para que lo incluyera en mi carta a Papá Noel, porque ya llegaban tarde. Era más bien un guiño vacilón, puesto que también mencionaban a ELPLURAL.COM y a su director, Enric Sopena, después de que este periódico desvelase que esta propaganda fascista se había publicitado en la revista oficial del Ejército de Tierra.

Mi respuesta a la provocación fue criticar a la Fundación Francisco Franco que, con la chapa que estaban dando con dicha obra, estaban a un paso de superar en pesadez al Círculo de Lectores. Mensaje que fue retuiteado en el acto por la propia Fundación. Una actitud trol propia de un joven millennial que supone un soplo de aire fresco para una organización que defiende una ideología asesina y decrépita.

Con el despiste, no me di cuenta de que, al mismo tiempo, en mi pantalla, el Jefe del Estado de un país democrático pedía a sus súbditos que “nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. Una mención que podría pasar por ser el anuncio navideño de Campofrío, pero que supone un rechazo velado a la Memoria Histórica.

El discurso del Rey, a diferencia de lo que ocurre en otras monarquías, sale de su puño o el de sus asesores, pero después debe pasar el filtro del Gobierno. En 1990, por ejemplo, el Ejecutivo de Felipe González eliminó referencias a la corrupción que le asediaba e incluyó un ataque a la prensa que le exigía responsabilidades.

Nada hay que esperar de unos gobernantes que son herederos políticos del franquismo y vivieron aquella etapa con “extraordinaria placidez”. Pero al menos alguien en la Casa Real podría haber pensado en que representan a todos los españoles y haber eliminado esa referencia, que hace el juego a los mismos que se niegan a quitar homenajes a los asesinos y rechazan abrir, ya no heridas, pero al menos las cunetas en las que aún residen más de 114.000 desaparecidos.

Mientras la cabeza del Estado se permita el lujo de pedir olvido para la dictadura, no podemos esperar que instituciones democráticas como el Ejército, de quien Felipe VI es capitán general, se nieguen a dar altavoces a los franquistas. O que exista una Fundación dedicada a honrar la memoria de un asesino y cuyo Community Manager se cree el Auronplay de los fachas en una red social que su Caudillo habría prohibido.