Escribo estas líneas desde la más profunda desolación. Desde el desasosiego de una pérdida, una más, especialmente irremediable. Escribo desde no asumir que la poeta Guadalupe Grande -mi hermana de muchas batallas silenciosas y otras a voz en grito en un Madrid bajo la nieve-, ha dejado de respirar. Escribo, desde la consciencia del fracaso y la inutilidad que es, muy a menudo, escribir. “Pienso que escribir poesía quizá sea una derrota necesaria”, escribió la propia Lupe en una poética para una antología colectiva. Siempre certera, serena, comprometida y precisa. Recuerdo que, antes de conocerla, me fascinó por su agudeza en la crítica literaria. Una de sus reseñas, cuando estas eran de verdad serias y tenían su espacio apropiado, sobre Blaise Pascal. Su análisis vertebró filosóficamente un libro de poemas que yo entonces escribía, “Consumación de Estío”, y que al año siguiente sería premio Ciudad de Irún de Poesía, en cuyo jurado estaban Paca Aguirre y Félix Grande. Fue en la entrega donde conocí a toda la familia y me adoptaron, literalmente, y pasaron a ser mi familia en Madrid, junto con Antonio Hernández. En esa crítica sobre Pascal, Lupe indagaba, poética y antropológicamente, en la lírica que subyacía en otras formas no exactamente poéticas, no canónicas, como la física, o las matemáticas, y apostaba por la pasión que dormía en la supuesta frialdad de los números o de los conceptos filosóficos. “La pasión no puede ser bella sin exceso. Cuando no se ama demasiado, no se ama lo suficiente”. Esta era la cita de Pascal con la que Lupe Grande argumentaba parte de su teoría, y que me sirvió de cita y frontispicio, también de sostén intelectual, de todo el libro. Para muchos, Lupe no era más que la hija de Félix Grande y de Francisca Aguirre, que no es decir poco. Para los que tuvimos el privilegio de conocerla, Lupe era el sostén de sus padres, una intelectual gigante, insobornable, firme, y con la pasión de amar a los suyos, y lo que creía justo, sin medidas, en exceso… Ninguno pensamos nunca que una cardiopatía de nacimiento acabaría con ella porque, si algo le sobraba, además de talento, sensibilidad e inteligencia, era corazón. Cabíamos muchos al cobijo de su cariño, como había sucedido con sus padres, y su mirada aguda y acertada, siempre se rendía a la comprensión de la debilidad del otro. 

Antropóloga Social por la Universidad Complutense de Madrid, deja publicados libros de poesía como El libro de Lilit, (Renacimiento, Premio Rafael Alberti 1995), La llave de niebla (Calambur, 2003), Mapas de cera (Poesía Circulante, Málaga, 2006), y Hotel para erizos (Calambur, 2010). Una obra breve, llena de altura y exigencia, rigurosa y fuera de toda etiquetación posible. Tal vez acostumbrada por estudio a analizar los comportamientos humanos, y a conocer por vivencia propia y heredada, las grandezas y bajezas de nuestra especie, Lupe no tenía prisa ni ansia por publicar si no estaba, más o menos segura de lo que nos entregaba. Lo que sí derrochó, en tiempo, afecto, talento y vida, fue atenciones y apoyos para sus familiares, amigos, y toda causa que considerara, como sus padres, que debía ser apoyada. No fueron pocas las veces que ella y el resto de la familia, pero especialmente ella, nos acompañaron en las reivindicaciones de la ley del Matrimonio Igualitario, llamado popularmente “Ley del matrimonio gay”, cuando eran muchos los insultos y las resistencias de aquellos que nos insultaban, acusándonos de romper la familia. Su familia, claro.  También en las marchas contra la Guerra de Irak, o tras los tremendos atentados de Atocha, y siempre con la serenidad apasionada de quien no tiene que demostrar nada, de quien es como es, no lo disimula, fuerte con el fuerte, débil con el débil.

Este año recién inaugurado se lleva otra luz necesaria en un mundo muy oscuro. La muerte de una poeta, y más una poeta como esta, no debiera pasar inadvertida. En tiempos de posverdades, verdades a medias que acaban siendo mentiras completas, frivolidades de cambio, y apóstoles del fin del mundo en redes insociables, estamos más faltos que nunca de voces autorizadas, referenciales, sensibles a la verdad, a la belleza y la justicia. Sin embargo, “temprano levantó la muerte el vuelo”, y se ha llevado a Lupe, a esta poeta Grande y Aguirre que estaba siempre bien para los demás, y que, sin embargo,  se desangraba en la tarea de mantener el legado familiar y su dignidad de varias generaciones: la obra pictórica de su abuelo Lorenzo Aguirre, la obra de sus padres, y el legado de tantos años de Félix al frente de Cuadernos Hispanoamericanos, cuando nos mirábamos hermanos en el orgullos de la lengua y no había orillas, o de todas las confidencias y notas con Luis Rosales, con Lorca siempre de fondo…. Miedo y tristeza me da pensar que ese legado puede perderse tras haber dejado la vida, tan prematuramente, Lupe, agotada en ponerla a salvo. Pienso en esa casa vacía de Alenza 8, donde todos fuimos bienvenidos en la palabra poética, y me estremece releer el poema de Lupe “Junto a la puerta”: “La casa está vacía/y el aroma de una rencorosa esperanza perfuma cada rincón/Quién nos dijo/mientras nos desperezábamos al mundo/que alguna vez hallaríamos/cobijo en este desierto./Quién nos hizo creer, confiar,/—peor: esperar —,/que tras la puerta, bajo la taza,/en aquel cajón, tras la palabra,/en aquella piel,/nuestra herida sería curada./Quién escarbó en nuestros corazones/y más tarde no supo qué plantar/y nos dejó este hoyo sin semilla/donde no cabe más que la esperanza./Quién se acercó después/y nos dijo bajito,/en un instante de avaricia,/que no había rincón donde esperar./Quién fue tan impiadoso, quién,/que nos abrió este reino sin tazas,/sin puertas ni horas mansas,/sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo./Está bien, no lloremos más,/la tarde aún cae despacio./Demos el último paseo/de esta desdichada esperanza.”