Hay quienes pensaban que esta situación de “sindemia” era una oportunidad de salir reforzados como sociedad, como especie. Se equivocaban. Ya hace meses el director de la Organización Mundial de la Salud, OMS, condenó la “falta de liderazgo” en la lucha contra la pandemia de coronavirus e hizo un llamamiento emotivo por la unidad global, mientras los casos se disparaban en varios países y el mundo lucha para contener el devastador virus más de un año después de su primera identificación. Tedros Adhanom Ghebreyesus, el actual director de la OMS, es un reputado biólogo formado en los mecanismos de deterioro del sistema inmunológico humano ante las enfermedades infecciosa pero, sobre todo, como etíope, conoce bien cómo la enfermedad y las calamidades golpean siempre más a los que menos tienen. En un discurso apasionado en Ginebra, afirmó: “Mis amigos, no se equivoquen: la mayor amenaza que enfrentamos ahora no es el virus en sí. Más bien, es la falta de liderazgo y solidaridad a nivel global y nacional”. No eran palabras vacías. Más de una año ha pasado y la insolidaridad y el capitalismo salvaje, ya convertido en un canibalismo descarado, pugna a sus anchas mientras siguen muriendo miles de personas todos los días.

Hace sólo unas semanas publicaba  en esta misma sección un artículo “Criminales de Guante Blanco”, en el que denunciaba de forma cruda la inmoralidad de las farmacéuticas a las que Europa había mimado con miles de millones en desarrollo de vacunas, en producción de las mismas y luego en su compra para que, sin humanidad ni respeto por sus sacrosantas leyes de mercado, y en cumplimiento contractual de lo firmado, cumplieran con los suministros que estarían inmunizando a la población. Hoy sabemos, por el cargamento incautado en Italia de cerca de 30 millones de dosis, más otro tanto para producir otra cantidad similar, que las plantas de AstraZeneca europeas están exportando a Reino Unido y otros países las dosis que habían comprometido para el primer trimestre y no han entregado, alegando problemas en la cadena de producción. Sólo con este hecho, las leyes europeas estarían habilitadas no sólo para incautarlas, como han hecho, y endurecer las posibilidades de exportación, sino para sancionar por fraude e incumplimiento contractual a la empresa, e incluso expropiarla, liberalizando la fórmula y produciendo en las mismas plantas el genérico de la misma. La OMS lleva semanas pidiendo esta respuesta y la universalización de la vacuna. Si no se hace es porque, evidentemente, la política está trufada de intereses empresariales, y untada bajo mesas de sobres y sobresueldos de muy liberales prohombres y mujeres que gritan libertad, mientras se llenan los bolsillos. Al fin y al cabo, qué importa que Europa se hunda, económicamente, y que mueran miles, si ellos tienen sus cuentas corrientes saneadas y sus familias vacunadas. No deja de ser más que otro lamentable ejemplo más de cómo, el neoliberalismo económico no hace más que poner al capital y las cuentas de resultados de unos cuantos, por encima de la humanidad, la vida y la dignidad de millones. Es la misma lamentable dinámica vivida de enriquecimiento a costa de encarecer productos como las mascarillas, los trajes EPI, los elementos de intubación, los medicamentos, en una subasta obscena que cuesta vidas. Es la misma desvergüenza que hace que los bancos aumenten las comisiones en momentos de crisis, o que empresas como Naturgy imposibiliten las bajas por parte de familiares de sus parientes muertos en esta pandemia, para seguir lucrándose de sus muertos como auténticos carroñeros. Es la misma sinrazón que ha convertido Madrid en una ciudad sin ley donde pueden venir a emborracharse y a dejarnos todas sus cepas mutadas de COVID, franceses, ingleses y alemanes porque su iluminada presidenta, la inefable Isabel Díaz Ayuso, ha hecho campaña de la irresponsabilidad y una chulapería psicótica que ha conseguido que en una semana Madrid cuadruplique el número de infectados.

Tedros Adhanom Ghebreyesus predica en el desierto. Si nuestra soberbia de primer mundo nos está haciendo partícipes de este espectáculo lamentable de desvaríos y catástrofe, cómo va nadie a acordarse de nuestros congéneres en África, América del sur y Centroamérica o Asia. Si a los ebrios de poder y dinero de nuestro continente no les importan sus familiares y vecinos, cómo unos locos, en cuyo grupo me siento concernido, van a lograr concienciarnos de que o nos salvamos todos o no merecerá la pena que se salve nadie. La humanidad y los derechos humanos hace mucho que no son un valor cultural básico en nuestras sociedades. Aunque fuera por puro y estratégico egoísmo, alguien debería explicarles que, mientras no nos salvemos todos, la cepa seguirá mutando, haciéndose resistente, en los cuerpos dolientes de otros seres humanos. El problema está, claro, que estas grandes corporaciones y sus directivos hace mucho que dejaron de serlo, y a nuestros dirigentes les faltan arrestos, por no decir cojones, para hacer lo que es necesario y vital. Nos merecemos la extinción como especie. Hasta las cucarachas, se reúnen para darse calor y ayudarse. Ellas heredarán la tierra con más dignidad que nosotros.