Hace aproximadamente ochenta y cinco años que el poeta Antonio Machado escribió: “Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza,/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza./ Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. El momento en el que se escribió este poema era un contexto de guerra civil, de Europa y el mundo al borde de una Guerra Mundial, de una África, Asia y América del sur que estaban inmersas en los problemas de descolonización o sus consecuencias, y de los coletazos de miserias que sucedieron al temido Crack del 29. Hoy, sin embargo, aquellos versos nos siguen pareciendo actuales, desafortunadamente, tal vez porque la España que moría ha seguido perviviendo en rencores y atavismos, y la que bosteza, quedó medio amordazada entre los temores del ayer y un hoy pandémico que nos ha cambiado la concepción de las relaciones sociales, de la cultura y la vida, a todos.

Hago esta reflexión ante la realidad de los niños y niñas que nacen, uno más en mi familia, sin ir más lejos. Frente a la alegría por la llegada de nueva vida, la incertidumbre por qué mundo estamos construyendo, o demoliendo para ellos. Todo es distinto y no para mejor. Ni siquiera la alegría puede compartirse y vivirse como hace menos de un año. Ahora, abuelos, tíos y amigos ni siquiera podemos acompañar a los nuestros en tan hermoso momento en el hospital ni en la casa. Los necesarios protocolos de seguridad sanitaria hacen que, los que somos responsables, que afortunadamente somos una gran mayoría, depongamos nuestros deseos de compartir la buena nueva de un nuevo miembro en la familia por el bien del mismo y sus padres. Tenemos, afortunadamente, la tecnología de nuestra parte, con fotos y videos que las videollamadas y programas de mensajería nos permiten compartir minuto a minuto. Esto hace más llevadero esta anormalidad vital y familiar que tenemos, aunque no puede compararse con el abrazo, el beso, la risa, la celebración, vedada de momento por los peligros de infección por Covid 19. Ni la vida, ni la muerte, pueden celebrarse o vivirse el duelo en estos tiempos, como una especie de castigo por nuestra estupidez o falta de valorarlo cuando lo tuvimos.

Frente a los esfuerzos de muchos, científicos, médicos, personal sanitario, emergencias, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, profesores, funcionarios y trabajadores públicos, y de la ciudadanía concienciada, los intereses bastardos de algunos irresponsables y negacionistas. Farmacéuticas, que tratan de hacer su agosto a costa de las necesidades vitales de millones de personas, distribuidores y comerciantes que inflan los precios de lo que antes valía cien veces menos, en una forma de canibalismo contemporáneo y capitalista  que hunden cualquier línea de flotación de lo ético o moral. Una clase política enfrascada en mediciones de egos y legitimidades, que sólo se pone de acuerdo para subirse los sueldos, y se desentiende, con pocas excepciones, de los problemas de la gente, en aras de tratar de sacar rédito político, aún a riesgo de poner en peligro las vidas de las personas.  Una acción europea que evidencia el fracaso de un proyecto que antepuso la economía a la verdadera concienciación continental de un proyecto común, político, social y cultural. Un naufragio que muestra su cara más amarga en las actitudes de algunos estados miembros como Hungría y Polonia, cercanos a la no democracia en la falta de respeto por los derechos humanos, que está poniendo en jaque a todos los países miembros y sus planes de recuperación por sus actitudes filofascistas de desafío con el veto ante la exigencia europea de hacer cumplir la carta magna de los Derechos Humanos. Sobre las migraciones ya qué decir. La propia Europa, mira hacia otro lado, se desentiende de las fronteras sur, en Grecia, Italia o España, de un mar Mediterráneo que se ha convertido en una auténtica tumba salada, y que prefiere pagar a países como Turquía, para que tenga en un limbo legal y de miseria a las familias que vienen huyendo de la guerra, la explotación, los abusos, el hambre…una vergüenza. Una situación de nueva guerra fría, entre bloques supuestamente amigos que urden sus tramas como Rusia en su área de influencia, sin que nadie levante demasiado la voz para no importunar al dictador -porque lo es- Putin. Centroamérica, arrasada por huracanes lleva muchos años aguantando también la corruptela de dirigentes políticos que sangran a los suyos para perpetuarse en el poder… ¿seguimos? Lugar siniestro este mundo, caballeros, que dijo como título de uno de sus libros mi querido maestro y amigo Félix Grande.  Y, sin embargo, la vida sigue pugnando por abrirse paso y resistir. Yo hoy, pensando en mi sobrino recién nacido, y en él en todos los que están llegando y por llegar, quiero lanzar mi mano y mi palabra a los hombres y mujeres de  buena voluntad para tratar de mullirles y legarles un mundo, si no mejor, por lo menos  más humano, de nuevo. Como escribió el poeta argentino Mario Benedetti:“una cosa es morirse de dolor/y otra cosa es morirse de vergüenza./Por eso ahora/me podés preguntar/y sobre todo/puedo yo responder./Uno no siempre hace lo que quiere/pero tiene el derecho de no hacer/lo que no quiere./Llora nomás botija/son macanas/que los hombres no lloran/aquí lloramos todos./Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos/porque es mejor llorar que traicionar/porque es mejor llorar que traicionarse./Llorá/pero no olvides.” No olvidemos, y sigamos a delante, para mejor.