Érase un hombre a una nariz pegado. Érase una nariz colosal y financiera. Érase una nariz Goirigolzarri y fiera.

Érase una nariz que esnifa, en su despacho de teléfonos, la farlopa verde del dinero. Érase la napia del presidente de CaixaBank, Sr. Goirigolzarri, José Ignacio, de profesión su ombligo y sus dividendos.

Érase un bilbaíno de flequillo diocesano y alma de usurero. Érase una napia efusiva que acaba de triplicarse el sueldo (1,65 millones fijos al año) mientras manda al paro y al carajo a casi 8.000 siervos.

Érase una naricísima entusiasta y banquera que les cobra a sus clientes una comisión mensual por juguetear con sus perras.

Érase la nasocracia hecha egoísmo financiero.

Érase el Harpagón de Molière ultranarigado. Érase un Goirigolzarri con corbata y sonrisa de cuervo.

Érase una nariz sociópata que se sube al carro del euro mientras el joven se espulga al sol del SEPE y el parado se suicida para no tener que llegar a fin de mes muerto.

Érase la narizota de un cínico que justifica su sueldo inmoral con la inmoralidad de que otros banqueros —Ana Botín y Carlos Torres— cobran más que él y su nariz juntos.

Érase un juglar que se recita el Canto a mí mismo, pero en versión tecnodinero: “Porque yo y mi yo y mi pasta”.

Érase un Goirigolzarri que se sube la paga por narices y vive entre estadísticas, ansias y ojeras.

Érase un pueblo dormido soñando aún con la primavera.