Fue mi querido maestro don Vicente quien, teniendo yo ocho o nueve años, nos contó un día en la escuela que en la Edad Media, en nuestra península Ibérica, una ardilla podía recorrer el trayecto desde Cádiz a Guipúzcoa, es decir, cruzar todo el país, saltando de rama en rama. Me creé la imagen visual correspondiente y me parecía algo precioso, una imagen que, ya digo, aún conservo en mi retina.

Más tarde me enteré de que la construcción de los barcos hacia las Américas en el XVI, y hacia tantas de las batallas que coronan nuestra historia, provocaron la tala de muchos bosques y zonas arboladas. Y de que la meseta de las dos Castillas es tan seca porque se talaron los bosques cuando se convino convertirla en “la despensa del reino” con el cultivo de cereales. Mi pregunta es siempre una a este respecto: ¿No podrían haber talado un 50, o 60, o 70, o, incluso un 80 por cien de los bosques y encinares castellanos, en lugar del cien por cien? Porque se convirtió todo el centro de la península en un secarral, un desierto que a día de hoy sigue tal cual.

Y otra pregunta importante sería por qué no se ha repoblado al menos parte de los árboles talados a lo largo de los siglos. O por qué a día de hoy no se utiliza parte de los impuestos que pagamos todos a tal fin. Porque de manera intuitiva todos sabemos que los árboles son fundamentales para nuestras vidas. Necesitamos el oxígeno que los árboles exhalan. Nos regalan frutas, madera, sombra, belleza; regulan la temperatura, absorben la contaminación, mejoran la salud y alivian males tan actuales como el estrés, atraen la lluvia, alimentan a animales humanos y no humanos, compactan la tierra que también nos alimenta. En definitiva, compartimos su mismo destino. Sin árboles no es posible la vida humana.

Tan es así que muchos pueblos y muchas culturas los han considerado sagrados, como las culturas precolombinas, muchos pueblos orientales y casi todos los pueblos precristianos, cuya espiritualidad estaba ligada a lo natural. También las culturas mesopotámicas, y, por supuesto, los celtas, muchos de cuyos símbolos sagrados tienen forma de árbol; y también los árboles formaron parte importante de la mitología griega, a través de la cual se sacralizó a muchos de ellos para, precisamente, evitar su tala.

Si en la Antigüedad se tenía plena conciencia de la importancia vital de los árboles para los humanos, ¿de dónde proviene ese desprecio generalizado a la vida natural que vivimos hoy en día, en los que mal llamamos países “civilizados” o del primer mundo? Como en todo, los factores que explican las acciones, las conductas y los aconteceres suelen ser diversos, pero en este caso hay un hecho que puede explicar, de manera resumida, ese menosprecio de buena parte de la humanidad respecto de la natura.

El filósofo colombiano Fernando Vallejo lo explica muy bien en sus libros. Uno de los dogmas del cristianismo es el antropocentrismo que surge de la idea que difunden de que el hombre es la principal creación del dios cristiano, quien creó después a la naturaleza y los animales, a modo de regalo, para uso y disfrute del hombre. Ésa es el origen ideológico del desprecio a la naturaleza y los animales, y la justificación perfecta para poder usarlos, esclavizarlos, maltratarlos y comerciar con ellos de manera indiscriminada. Como dice Milan Kundera, “no existe prueba alguna de que Dios haya confiado al hombre el dominio de la naturaleza y de los animales; más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado su dominio sobre ellos”.

España se quema y se desertiza. Las olas de calor y la subida global de temperaturas, una de las consecuencias de la grave crisis climática que estamos viviendo, va a hacer, según afirman los estudiosos del clima, que los incendios sean cada año más frecuentes. Los incendios forestales, que en el noventa por cien de los casos son provocados, han calcinado, hasta la fecha en lo que va de año, más de 235.000 hectáreas de bosques en España, lo cual es una verdadera tragedia. Y el calentamiento global y el cambio climático ya están mostrando el inicio de sus consecuencias. Y sigue sin pasar nada.

Se trata de un asunto de emergencia que debería ser prioritario para todos los gobiernos del mundo que, sin embargo, parecen ser afines a los intereses de los grandes lobys de poder y de las grandes multinacionales que son, por supuesto, negacionistas. Necesitamos leyes urgentes, decisiones rotundas que frenen con contundencia esta locura.

Un grupo de jóvenes portugueses demandaron hace cinco años a 32 países europeos (entre ellos España y Portugal) a los que acusan de no llevar a cabo políticas climáticas suficientes ni adecuadas. Argumentan que la crisis climática interfiere en su derecho a la vida. Y por fin este otoño el Tribunal Europeo de Derechos Humanos estudiará este caso en la Gran Sala. Hay alguna demanda más en este sentido, como una asociación de mujeres de Suiza, y como un alcalde francés cuya demanda expone que su gobierno no está trabajando como debiera para frenar la emergencia climática. Todos los ciudadanos con un mínimo de compromiso con el futuro de la humanidad y de nuestro planeta tendríamos que seguir esos pasos. Coral Bravo es Doctora en Filología