Esta semana se ha hablado mucho de la posible entrada en prisión de un rapero por los delitos por los que fue condenado, injurias a la corona y enaltecimiento del terrorismo. Algo que dispara el siempre pendiente debate sobre los límites de la libertad de expresión.

Pero en este caso, para azuzar ese debate, o quizás para intentar zanjarlo, se añade más leña al fuego con el anuncio de una futura ley que evite cosas como esta. Algo acertado si no fuera por dos cosas: el cómo y el por qué.

En cuanto al por qué, por enésima vez tropezamos con la misma piedra, la de legislar a golpe de Telediario. Y la experiencia nos dice que, por buenas que sean las intenciones, tal táctica no da buenos resultados.

La segunda cuestión, la del cómo, es la que más me preocupa. El anuncio de una ley tan compleja en apenas unas líneas, mete en el mismo saco –otra de nuestras manías-, dentro de lo que llama “excesos en el ejercicio de la libertad de expresión”, delitos de enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona y otras instituciones, delitos contra los sentimientos religiosos y delitos de odio. Un mezcladillo tipo “café para todos” que merece más de un comentario.

No pueden compararse delitos contra los sentimientos religiosos o el enaltecimiento del terrorismo, que responden a una realidad social y política ya superada, con los delitos de odio, que protegen a colectivos y personas vulnerables. No todo vale. No podemos arriesgarnos a pasarnos de frenada y dar vía libre a cualquier mensaje. ¿O acaso estaríamos dispuestos a admitir hoy un discurso como el de Hitler, sabiendo que costó la vida a millones de personas?

Pero hay otro detalle importante. El anuncio de esa futura ley afirma que los excesos verbales cometidos en el contexto de manifestaciones artísticas, culturales o intelectuales deberían de quedar al margen del castigo penal. Otro riesgo evidente, tanto por lo complicado que resulta delimitar el concepto de “arte”, como, fundamentalmente, porque tampoco puede existir una patente de corso. Volviendo al ejemplo anterior ¿Y si seguidores de Hitler cantaran con perfecta entonación y hermosa melodía que hay que exterminar al pueblo judío?

Es, desde luego, un tema peliagudo, con límites tan sutiles que es muy fácil traspasarlos. Y, además, hay que tener claro que no se pueden mezclar churras y merinas, sentimientos religiosos con discurso de odio.

No se puede ir de un extremo a otro sin más sin arriesgamos a que el péndulo acabe golpeándonos en plena cara. No remediemos una injusticia cometiendo otra.

 

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (@gisb_sus)