Probablemente una de las acciones más perversas y obscenas que puede cometer un ser humano es atribuir a otros las maldades  propias. Es algo mucho más frecuente de lo que podemos prever a priori. A veces es algo consciente y premeditado, lo cual es un rasgo que caracteriza eso que llamamos “maldad”, y es propio de personas sin conciencia, maquiavélicas y de rasgos claramente psicopáticos, muy propio también del arsenal de técnicas de las sectas destructivas y de cualquier organización que pretenda  manipular a un grupo humano; y otras veces es algo inconsciente, una herramienta de la mente humana, que técnicamente se llama “proyección psicológica”, a través de la cual algunas personas o grupos de personas proyectan en los demás su propia realidad, es decir, perciben en los demás el reflejo de lo que hay en ellas mismas, literalmente. Ello es así porque esas percepciones suelen ser altamente mezquinas y repulsivas, y, por tanto, difíciles de asumir como propias, muy especialmente si se desconoce la autocrítica y se tiene un alto grado de narcisismo.

Son tan frecuentes este tipo de artimañas, tanto conscientes como inconscientes, que podemos afirmar que convivimos día a día con ellas. De hecho, son una herramienta que han resucitado en su arsenal de metralla determinados ámbitos políticos, los neoliberales, porque no es nada nuevo bajo el sol. Es evidente que en las órbitas de la derecha y de la extrema derecha, que en España tanto monta, se han hecho maestros y expertos en este tipo de sucias argucias y de oscuros procedimientos desde que adoptaron las tácticas neoliberales; muchas veces en forma de bulos y de mentiras que los medios y tertulianos afines difunden sin escrúpulos a través de los medios y de las redes sociales.

Una de esas perversidades relacionadas con la pandemia que estamos viviendo clama al cielo. Ya he oído o leído en varias ocasiones quejas y odios contra Sánchez y Pablo Iglesias por las muertes de ancianos de geriátricos por coronavirus en la comunidad madrileña, exactamente 7.690 muertes entre marzo y mayo, por habérseles negado asistencia hospitalaria durante la pandemia. Pero no han sido ni Sánchez ni Iglesias quienes la han negado, porque sencillamente no era su competencia.

La gestión de los hospitales y de las Residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid han estado en manos únicamente de Díaz Ayuso y de su Ejecutivo durante toda la pandemia. Fue Díaz Ayuso quien ordenó que no se trasladaran a los mayores enfermos por coronavirus desde las Residencias a los hospitales, lo cual ha supuesto una tragedia sin precedentes, como era de esperar. El resultado ha sido dramático: el 18 por cien de los mayores de residencias geriátricas madrileñas han muerto, lo que supone nada menos que cuarta parte de las muertes por coronavirus de todo el país. Ahí es nada. Y lo peor, ya digo, una maldad sólo propia de psicópatas y de personajes maquiavélicos, es que esa terrible desatención de los ancianos enfermos se la han pretendido atribuir, sin pestañear, al gobierno progresista, que, al contrario, se está caracterizando por su política social de apoyo a los ciudadanos, a todos los ciudadanos, aunque, claro, ese apoyo es para muchos sólo propio de comunistas, rojos, marxistas y bolivarianos de inspiración venezolana.

Pero aún hay más: se ha sabido a posteriori que los mayore enfermos de coronavirus con seguro privado sí fueron trasladados a centros hospitalarios. Mientras la Comunidad de Madrid daba órdenes para que los ancianos enfermos por coronavirus fueran rechazados en los hospitales públicos, excluían de esa orden a los mayores que pagaban un seguro médico privado. Es decir, los ancianos ricos se han salvado en Madrid, al menos han tenido atención médica. Los pobres quedaron hacinados en residencias muriendo sin asistencia médica. Esto tiene un nombre. O varios nombres. Mejor simplemente subrayar que una de las consignas de los neoliberales es la necropolítica, dejar morir a la gente, especialmente a la gente más vulnerable, con sus políticas de recortes, de austeridad extrema y de exclusión. Es terrible. Cuesta hasta verbalizarlo, pero es la realidad. Si se computaran con exactitud los muertos provocados por los recortes neoliberales y por sus crueles desahucios, tendrían que poner los patriotas en sus banderas un festón negro que las taparía enteras. Aunque es obvio que algunos solamente se solidarizan con los muertos que se pueden usar con fines políticos. El resto de muertos no importan.

Mientras tanto, increíblemente Ayuso continúa con el afán privatizador de la Sanidad pública madrileña que tanto caracterizó a su predecesora, Aguirre; y apenas un día después de iniciarse en Madrid la fase 1, anunciaba la entrada de capital privado en un hospital que había funcionado siempre sólo con fondos públicos, el Hospital Niño Jesús. Es decir, continúa Ayuso destruyendo la Sanidad pública a modo de marioneta de grandes empresas y del capital privado, y aquí no pasa nada. O sea, es un verdadero peligro para la integridad y los derechos de los ciudadanos; y como poco tendría que estar a años luz de cualquier actividad que afecte a la vida de cualquier ser humano. Sin embargo, ante tanta malignidad y tanta impunidad me viene a la mente, para que todos hagamos autocrítica, una cita del gran Da Vinci, quien dijo una vez que “quien permite el mal ordena que se haga”.