No creo que haya que alegrarse de la muerte de nadie, ni siquiera de la del peor criminal; y más si tenemos en cuenta que casi nunca los individuos tenidos por peligrosos actúan desde lo individual, sino refrendados por organizaciones y entramados ideológicos y políticos complejos que les avalan o sustentan.
No creo que la muerte de Bin Laden acabe con el terrorismo islamista, porque su fuente ideológica no está en ningún líder ni adalid, sino en las ideas fundamentalistas de una religión que tiene sometida a buena parte del mundo árabe y que, como todas, concibe su verdad como absoluta. Del mismo modo que la muerte de ningún dictador es garante alguno del fin del totalitarismo que lo encumbró.
Percibo cierto alborozo ante las muertes de este terrorista y del hijo y nietos de Gadafi en los sectores de la derecha política española que, sin embargo, mantienen como becerro de oro en su cansino y soporífero discurso la repulsa a los atentados de GAL contra ETA, cuando esta banda terrorista mataba indiscriminadamente a cientos de españoles hace décadas.
Ignoro si estas situaciones son o no equiparables, ignoro los beneficios, si llega a haberlos, de la muerte provocada (asesinato) de estas personas; ignoro si Bin Laden fue o no responsable del atentado contra las torres Gemelas (muchos no lo creen), y si fue o no más peligroso que los capos de ETA. No tengo claro si el mundo será más seguro a partir de ahora, me temo que no.
Pero sí tengo claro que en el mundo hay muchos Bin Laden en potencia, que el terrorismo islamista es consecuencia del fundamentalismo religioso que, como toda religión, considera al que no sigue sus dogmas un enemigo a batir, ya sea intelectual, política o físicamente.
Y también percibo con nitidez la falsa y doble moral de esta derecha española apolillada que aplaude estas muertes en suelo ajeno y, sin embargo, se rasga hipócritamente las vestiduras por unos hechos equiparables en su propio suelo. Y me asombra, como decía, ese doble rasero de los que se adhieren para promocionarse al "No matarás" sólo cuando les conviene.
Coral Bravo es Doctora en Filología