Un paseo por cualquier calle de Vallecas, Tetúan, Ventas o Carabanchel se convierte en una gymkana urbana consistente en evitar contenedores de basura a rebosar y soportar efluvios de orines. Muchos políticos y periodistas de derechas ironizaron sobre los "piojos" de los "perroflautas" del 15-M que acamparon en la Puerta del Sol, pero olvidan que para vivir fuera del centro de Madrid deberían ser obligatorias ciertas vacunas gracias a la gestión de Ana Botella.

Y aunque sea más llevadera, la situación no es mucho mejor en el centro de Madrid a no ser que venga el Papa a visitarnos. Vías principales como Cea Bermúdez están impolutas, pero basta girar en cualquier perpendicular para descubrir calles que hace tiempo olvidaron qué pinta tienen las escobas. Y eso por no hablar, sin salir de la parte turística, de la mugre que se acumula en la plaza de Tirso de Molina o en las correderas de Lavapiés.

A pesar de su intento por culpar de la suciedad a los mendigos, lo cierto es que Ana Botella ha conseguido lo que parecía imposible: que haya más mierda en el suelo de Madrid que en el cielo. Y es que falsificar los datos de contaminación llevándose los medidores a las zonas verdes es fácil, pero la gente sospecharía si los operarios del Ayuntamiento se llevasen al Retiro las bolsas de basura que ahora reposan en las aceras.

Desde que en 1472 Diego Cabeza de Vaca se convirtiese en el primer corregidor de Madrid, el bastón de mando de la capital no ha reposado jamás en unas manos femeninas. Casi 540 años después, la primera mujer que ostente ese cargo será una política nefasta que cree que La Cenicienta "es un ejemplo para nuestra vida" porque "recibe los malos tratos sin rechistar".

Por si todo esto fuera poco, tal y como ayer recordaba acertadamente Juan Carlos Escudier en Público, si Gallardón termina siendo ministro y Ana Botella alcaldesa, los madrileños sufriremos una penitencia colateral más: la de tener a José María Aznar como alcalde consorte.

Marcos Paradinas es redactor jefe de El Plural