Cuando una mira las caras de los principales dirigentes políticos, esos que se dan la mano con angustia, esos que tienen ya la mirada perdida, las canas poblando sus sienes, el sudor recorriendo sus frentes, se pregunta si les merecerá la pena haberse metido en semejante “embolado”. 

Estos días aparecen en distintas imágenes Pedro Sánchez con Albert Rivera y Pablo Iglesias, todos dándose la mano, con sonrisa falsa y pose forzada. Todos ellos intentando mostrar ante las cámaras que hay diálogo, que hay una cierta relación y una especie de estabilidad. Sin embargo, si nos paramos a observar más despacio el lenguaje corporal, incluso sus propias caras, sus propios cuerpos, vemos cómo desgasta la batalla que están dando por llegar al poder. El poder. Ese ansia que les ciega, esa vorágine que les atrapa para no se sabe bien qué puerto ocupar. 

Tengo claro que la inmensa mayoría de la sociedad no estaría ni dispuesta ni preparada para soportar semejante presión. El elevado coste personal que conlleva ponerse al frente de un proyecto de tal magnitud. Tampoco tengo dudas sobre el hecho de que muy seguramente ninguno de ellos supiera el precio que pagaría cuando comenzó el camino. Y me aventuro a hacerme la pregunta y responderla por ellos: ¿les habrá merecido la pena?

La responsabilidad de guiar un país es colosal. Sobre todo por todo lo que no sabemos, por todo lo que no conocemos, por todas las cloacas que han de sortear, las presiones, las trampas, los ajustes de cuentas y las miserias humanas entre las que navegan. Y a pesar de ello han de vigilar la imagen que dan a la sociedad, las gestiones, las negociaciones, las puñaladas, los disgustos y las noches sin dormir tienen que pasar desapercibidas para el común de los mortales, que a pesar de todo, deben seguir viendo en ellos personas en las que poder confiar. Tengo serias dudas de que a estas alturas podamos estar ya en ese punto. Más bien me inclino a pensar que ha quedado patente que la gran mayoría no confiamos, no respetamos y de hecho, hemos perdido ya los listones más bajos para las expectativas sobre sus éxitos. 

Sea como fuere, la situación de España es crítica. También me pregunto si acaso alguna vez dejó de serlo, pues vivimos continuamente en una espiral en la que todo lo urgente sobrepasa a lo importante. ¿Qué es lo importante cuando el objetivo es el poder? Supongo que se confunden estos términos una y otra vez y así nos va. Lo que es importante para los que manejan gran parte del poder puede resultarle urgente a otros pero no relevante, y las tensiones para presionar generan un caos en el que encontrar el orden y la calma chicha debe ser una pirueta milagrosa. 

Es tiempo de lo que llaman una “segunda transición”. Curiosa terminología cuando estamos empezando a darnos cuenta del engaño que supuso la primera. Aquella aún sin cumplir, y ya nos ponemos con otra que vaya usted a saber dónde y cómo termina. 

Lo que sí está claro, al menos para mi, es que es urgente e importante (las dos cosas), limpiar las cloacas de este país. La herencia que el franquismo dejó: caciquismo, amiguismo, clientelismo, y todos los terribles “-ismos” que han terminado por relajar tanto la excelencia, la ética y la conciencia colectiva que nos han dejado como zombis: una ciudadanía que campa sin alma con el único objetivo de sobrevivir

Es tiempo de valentía, de hablar claro, de ir de frente. De reconocer aciertos y errores. De ser humanos, dejando ya lo divino. De entender y asumir que tenemos serios problemas para poder hacer de un país un lugar viable y próspero. Y el tiempo no sobra, más bien al contrario. 

Lo triste es darse cuenta de que al final, los que quedan dispuestos a pagar un elevado precio, no tengan capacidad para ver más allá de la batalla por el poder, cosa que al común de los mortales no nos resulta ni urgente ni importante. Y así nos va.