Cultura y Democracia deberían estar íntimamente relacionadas en nuestra cotidianeidad, por más que alguno manosee conceptos en debates perfectamente olvidables, con la misma profundidad que una Miss de las de antes, de esas que deseaban con cara bobalicona la paz en el mundo, como comodín recurrente de buenas y banales intenciones. No hay más que ver el mal estilo del señor Albert Rivera al usar la tesis de Sánchez como arma arrojadiza, y la respuesta de éste al regalarle la hagiografía que ha hecho Fernando Sánchez Dragó del infame Santiago Abascal. Ya puestos a cornadas bajunas o puñaladas traperas, alguien le podría haber cantado al sobrestimulado líder de Ciudadanos una letra de Malú, como aquella de “me has enseñado tú, tú has sido mi maestro para hacer sufrir, si alguna vez fui mala, lo aprendía de ti”. Tal vez así, y aunque algunas propuestas eran valiosas y los partidos aspirantes debieran ser capaces de asumir las propuestas de otros si estas van a favor del interés general, no habría dicho insulseces, el señor Rivera, como que quería poner una asignatura sobre la Constitución Española. ¿No sabe el señor Rivera que ya se da clases sobre la Constitución en esa anatematizada asignatura llamada Educación para la Ciudadanía? Si es necesario implementarlo me parece bien, pero sería interesante que al hablar de educación tuvieran como interlocutores a los profesionales docentes.

Decía el ilustrado y parlamentario inglés de origen irlandés, Edmund Burke que "lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Me ahorraría no pocos conflictos hablando exclusivamente de libros, de estrenos y de premios, pero la estirpe socrática por un lado, y la orteguiana, por otro, me obligan a un sentido comprometido de la cultura que no voy a eludir. Una vez más, las gentes de la cultura, en especial los escritores, hemos participado activamente desde los medios, este artículo también lo es, animando a una participación activa en nuestra vida democrática con el ejercicio del derecho y deber del voto. Estaría bien que, además del minuto obligado en uno de los debates televisivos, marcados por los conductores de los mismos al ser un canal fundamentado empresarialmente en el mundo de la edición, se hubieran hecho algunas propuestas serias sobre el mundo de la cultura. La única propuesta real es la del “Estatuto del Artista y el Creador”, a la que hizo alusión el candidato y actual presidente Pedro Sánchez, aunque en realidad es una propuesta de la Asociación Colegial de Escritores de España, ACE, ante la anomalía de que a los escritores mayores se les viniese quitando la pensión por seguir ejerciendo su escritura, derecho supuestamente inalienable de propiedad intelectual, además de capital inmaterial de nuestra lengua y literatura. Es cierto que veníamos de un panorama apocalíptico, con el infame señor Wert, ministro del PP, que faltaba el respeto a los creadores, a las gentes del cine, o de un Montoro que hizo cruzada contra intelectuales, actores, directores, cantantes y periodistas no afines, usando las cloacas del estado para perseguirlos fiscalmente, difamarlos, y grabar fiscalmente, vía IVA, todos los productos culturales. Algo es algo, pero añoro los días en los que la izquierda de este país miraba a los países nórdicos, modelos de la socialdemocracia moderna, donde los creadores, los escritores en especial, tienen una serie de condiciones laborales protegidas a niveles fiscales, domésticos, energéticos, etc., que han hecho de sus autores de novela negra, por ejemplo, los reyes del mundo literario en ese género, con todo un tejido productivo alrededor, turístico, cinematográfico, etc. Proteger el sector cultural, verdadero activo en nuestro país, es también crear tejido productivo, que genera, además de riquezas materiales, riqueza intelectual y social, que falta nos hace.

Malos tiempos no sólo para la lírica, tampoco la prosa y la oratoria gozan de altura orteguiana, por mucho que alguno hable, de oídas, de “La España Invertebrada”, libro crucial de nuestro pensamiento, sin haberlo leído siquiera. Quizá porque desde el “dolor de España” que esbozaron los pensadores y escritores de la Generación del 98, hay cosas que, por falta de madurez democrática y de responsabilidad histórica, siguen sin resolverse. Vivimos tiempos cruciales en la historia de la democracia española; es tan evidente, como la falta de compromiso y madurez de algunas fuerzas que conforman los activos constitucionales del país, por no hablar de las bastardía ideológica de algunos que se creen iluminados desde ciertos medios de comunicación. No es que yo esté en contra de la disensión o la discrepancia, todo lo contrario: enriquecen social e intelectualmente a las naciones, pero la sociedad española habla con claridad al respecto, desde sus manifestaciones en las calles, en las que nadie pregunta al otro a quien vota, sino por qué no están todos.

Creo que el aumento del voto por correo es un síntoma de movilización, pero veremos en qué se traduce. En eso la ciudadanía sigue adelantando a la clase política, como destacó en su libro Sociedad y Valores”, el nada revolucionario, Manuel Fraga Iribarne. Siendo como es uno de los personajes clave de la historia reciente de España, de la manoseada transición, y ponente de la Constitución de 1978, el político describió en estas páginas los valores que siempre ha defendido y su reflejo en la sociedad española, que siendo compartidos o no, merecen todo el respeto de alguien que ha vivido, asumido y evolucionado. Como él mismo afirma: “Las Constituciones son el cimiento desde el cual se organiza el sistema institucional de una sociedad moderna”. El libro es una síntesis de su pensamiento político que nos desvela su visión de los inicios de nuestra sociedad democrática y su posterior consolidación ante la amenaza del terrorismo, a pesar de lo cual, no eludió llamar la atención de su propio grupo cuando advirtió a los miembros de la cúpula de su partido que “hay que recuperar la vocación de centro de