Un siglo de historia cumple el Museo Nacional del Teatro. Se cumplen ahora, que estrena, por primera vez, una directora, Beatriz Patiño, con una exposición que se inaugura el 4 de julio hasta finales de octubre con las relaciones entre el género musical de la Copla y el teatro. Un siglo desde que el director del teatro Real en 1919, Luis París, propuso, conjuntamente con Antonio Flórez, la creación de un Museo-Archivo que conservara e inventariara el material artístico que generaban las producciones del teatro. Fue en noviembre de 1919 cuando el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, don José del Prado Palacios, autoriza la creación del “Museo-Archivo Teatral”, nombrando como director a Luis París. En 1924 se habilitaron dos salas en la planta noble del Teatro Real para la primera exhibición de los fondos del este Museo. Tras un largo azar, con Guerra Civil incluida, transición y democracia,  el día 4 de febrero de 2004, los Reyes de España inauguran el nuevo Museo Nacional del Teatro en su actual sede de Almagro. Resulta curioso que sea una exposición sobre la copla como género escénico la que conmemore dicho centenario pues, la historia de este género musical, nace casi a la vez que el museo del teatro, y se nutrió de los grandes intelectuales y dramaturgos de la época para crecer y consolidarse: Manuel de Falla, los hermanos Machado, Federico García Lorca, todos contribuyeron a la creación de un fenómeno musical único y teatral en el que, no sólo era importante lo que se cantaba, sino cómo se contaba, y cómo se ponía en escena. El mundo académico no siempre ha tratado bien este género, y mucho menos sus imbricaciones con el mundo de la literatura y la escena de primer nivel, por ser, aparentemente, un género menor, de tipo popular o folklórico, sin entender las múltiples fuentes y matices del mismo y sus creadores, así como intérpretes, que fueron capaces de aunar la alta cultura con la más popular. Cuestión que resulta irónica pues fue, precisamente esta dualidad, la que consolidó el teatro clásico en los corrales de comedia. Con el comisariado compartido de Beatriz Patiño y de Alejandro Salade, sobrino de Miguel de Molina y presidente de su Fundación, se da relevancia a las grandes figuras que sirvieron de enlace entre lo musical y lo escénico como el propio Miguel de Molina.

Yo era sólo un niño cuando escuché en la voz de mis abuelos y, fundamentalmente en la de mi madre, aquellas primeras canciones de amor y de historias terribles que me fascinaron, y formaron enseguida parte de mi aprendizaje poético e intelectual. Aquel mundo de pasiones y estética desgarrada, en mi imaginario adolescente, siguió formando parte del acervo cultural de aquel muchacho que leía a Homero y los clásicos, y que soñaba con publicar poesía. Rafael de León, figura clave del género y su cancionero,  comenzó entonces a ser para mí un poeta más de la Generación del 27; eran poetas a los que yo admiraba, al que miraba con especial simpatía por el afán de los profesores universitarios, supuestamente serios, rigurosos y estrictos, en dejarlo fuera de la nómina por tener éxito con sus canciones. Lo  consideraban un autor menor por su triunfo de masas, cosa que, como sabemos, persiguieron toda su vida sin tanto éxito sus amigos Federico García Lorca y Rafael Alberti, que siempre trataron como a un igual y partícipe de sus presupuestos estéticos al sevillano. De esta manera, mi interés por la copla y sus autores e intérpretes fue creciendo con la edad, al mismo nivel que mi interés por el flamenco, la música clásica, el pop o el rock, la literatura, la filosofía, la historia, ya que, a decir verdad, curioso por naturaleza, nunca entendí el conocimiento, que es al fin y al cabo el camino de la vida, como un compartimento estanco y delimitado sino, más bien, como un enorme espacio abierto en el que todo cabe. No sabía entonces aquello que decía San Agustín en sus Confesiones, aquello de “Todo vale, hasta el pecado”, y mucho del saber pecaminoso hay en la copla, una forma de arte y provocación.

La copla debería estudiarse no sólo como un fenómeno musical netamente español, intelectualmente hablando, sino también como fenómeno cultural de primer orden, y vehículo para contar la historia y la sociología española del siglo XX. Curiosamente el tema de la copla suscita aún hoy controversias, con partidarios y detractores más o menos informados. Su manipulación por parte de la dictadura, oscureció un género en origen con tanta riqueza e intrahistoria, que merece ser estudiado con rigor. Aclarar algunos puntos oscuros sobre sus orígenes, máximos partidarios intelectuales, periodos y logros, abriendo el prisma no sólo a su época más dorada, sino también al auge contemporáneo de este género musical cuya primera manifestación como tal se dio en 1902 con aquel maravilloso “Suspiros de España”, aunque sus raíces como género literario sean más profundas y centenarias.

Para esto es fundamental, a modo de carta de navegación, cargar las tintas en los perfiles de los autores, músicos y compositores, así como intérpretes, más importantes en un siglo largo de copla. Es también básico hablar de un cancionero fundamental del género, que incluya repertorio emblemático de la copla en más de un siglo, incluyendo anécdotas sobre la historia de las canciones, sus intérpretes y autores más importantes, así como para quienes fueron realizadas, películas y espectáculos en los que se incluyeron, y las versiones que se hayan hecho sobre él que sean las más importantes. El éxito del género a partir de los años 30, y después de la Guerra Civil fue tan importante, que se convirtieron en obras de teatro y posteriormente películas, coplas como “María de la O”, “María Magdalena” o “Rocío”, algunas interpretadas por primerísimas figuras de la escena como María Fernanda Ladrón de Guevara o Lola Membrives.

Creo que el resultado de esta exposición del centenario, de título “Arte y Provocación: La Copla como género escénico”,  es un recorrido interesante sobre un género musical como es este, que tanto define a nuestra cultura, en su aspecto de puesta en escena, de dramaturgia. Fundamental, como no, resulta  la figura de Miguel de Molina, primera gran figura masculina del género, y que definió, junto a la que se convirtió en su antagonista escénica e ideológica, Concha Piquer, los cánones del género más transgresor, intelectual y provocador. Un género que sufrió, como el propio Miguel de Molina,  el calvario, el maltrato y apropiación que de él hizo la dictadura de Franco y, luego, el menosprecio de algunos sectores e intelectuales de la izquierda durante la transición y la democracia, que lo despreciaron por caer en la trampa de esa utilización publicitaria del régimen que tanto caló en la colectividad.  La Copla sobrevivió a todo esto, en gran medida gracias a su capacidad de asimilación de otras músicas emergentes y de moda en cada momento, dando algunas de las joyas musicales y literarias más importantes de nuestra cultura contemporánea. Muchas de las cosas que se cuentan sorprenderán, otras escandalizarán, otras despertarán interés pero, sobre todo, harán disfrutar a los que se acerquen, y comprender una manifestación musical y cultural de primer orden que, en ciertos aspectos, puntea y refleja nuestra historia más reciente. Lo han sabido entender luego grandes figuras de la creación contemporánea como Serrat, Carlos Cano o Pedro Almodóvar, entre otros muchos. Al fin y  al cabo, como escribió el poeta: “A todos nos han cantado/ en una noche de  juerga/ coplas que nos han matado”.