Lo que pasó el martes en torno al eje de la Diada Nacional de Cataluña, que solía ser un acto festivo de reivindicación, se ha enrarecido desde el momento en que acudir a la gran concentración supone tomar partido por el independentismo. Eso es lo que acaso algún día, la historia les pasará recibo a los dirigentes catalanes, por la época oscura en que decidieron obviar a más de la mitad de la población que no pensaba como ellos.

Este año, además de reivindicar la libertad para los presos y el regreso sin penas para los huidos, se han evidenciado las disensiones entre las distintas fuerzas que componen el Parlament.

En su Reino de Oz particular, Carles Puigdemont se parapeta detrás de su Consell de la Republica de próxima creación. Más realista, Oriol Junqueras, desde la prisión de Lledoners, traza con cuidado los pasos a dar, pero incrementando su visibilidad. Está claro que en el horizonte asoma la convocatoria a las urnas y cada cual toma sus posiciones. Y también, que entre los independentistas se no se cierran las fisuras.

En el horizonte asoma la convocatoria a las urnas y cada cual toma sus posiciones. Y también, que entre los independentistas se no se cierran las fisuras

Por supuesto, PP y Ciudadanos han aprovechado la ocasión para cargar contra el Gobierno socialista echando de menos mucha más mano dura. Igual que a los radicales de la independencia, a la derecha también le sobra la negociación. Pretenden imponer nuevamente el artículo 155 de la Constitución, pero esta vez, antes de que se cometa ilegalidad alguna. Pablo Casado, incluso, se da el lujo de exigir responsabilidades al presidente Pedro Sánchez, olvidando que, durante los silencios cómplices de Mariano Rajoy Brey como presidente del Gobierno, Cataluña llegó a declarar unilateralmente la independencia.

La herencia que ha dejado el PP, de la que hoy se desentiende, es la que tiene al país al borde de la fractura. En cambio, políticos avezados y nada sospechosos de soberanismo como el ministro de Exteriores, Josep Borrell, se muestra mucho más flexible cuando dice que preferiría que los dirigentes independentistas no estuvieran en prisión preventiva, deseando que se hubieran adoptado otras medidas.

¿Y el honorable Quim Torra? Bueno, el president de la Generalitat tuvo su propia amarga rectificación en ese día festivo, con los corresponsales extranjeros. Reiteró que no aceptaría una condena de los líderes presos, pero ¡ay!, frente a lo que había dejado caer en días anteriores, tampoco tiene posibilidades de abrirles las cárceles. Y es que la realidad es tozuda, por mucho que se le quiera hacer coincidir con los sueños más delirantes.