El agua para el consumo humano no puede tener más de 0,5 gramos de sal por litro, ni puede ser destilada, es decir sin ninguna presencia de sales ni minerales. Dado que el agua del mar tiene una proporción de sal de 35 gramos por litro (g/l), en el proceso de potabilización y acondicionamiento para su consumo se necesita reducir esta proporción hasta llegar a los 0,5 g/l. Para conseguirlo se usan las plantas desalinizadoras o desaladoras, estaciones de tratamiento que transforman en agua potable las aguas salobres captadas de acuíferos salinizados o directamente la propia agua del mar.

La mayor parte de estas estaciones usan una tecnología denominada de ósmosis inversa. Mucho más adelantada que el método por evaporación, el sistema de ósmosis inversa aprovecha un fenómeno físico-químico que permite separar las sales en suspensión mediante un sofisticado sistema de filtrado a través de membranas.

El agua que se obtiene a final del proceso de desalación es demasiado pura, por ello, en lugar de ir directamente a los grifos, las desaladoras inyectan el agua tratada a la red de abastecimiento para que se mezcle con la que circula por ésta, equilibrándose y mejorando la calidad organoléptica del agua de boca.

Por cada litro de agua de mar que recibe tratamiento en una planta desalinizadora se obtienen 0,45 litros de agua potable. El resto (0,65 litros) es un subproducto denominado salmuera. Contrariamente a lo que mucha gente cree, en el proceso de desalación del agua de mar no se obtiene sal. La salmuera es un producto residual en forma de agua sucia y no potable, altamente salina (con una concentración salina que ronda los 70 g/l) que se devuelve generalmente al mar a través de emisarios equipados con difusores para evitar el impacto por concentración.

Pero eso no significa que se añada más sal al agua marina: hay que dejar claro que se devuelve la misma cantidad tomada en el proceso de potabilización. Lo que sí ocurre es que resulta mucho más concentrada, por lo que debe ser vertida bajo un estricto control medioambiental para no dañar los hábitats marinos.

Entre las ventajas de las desalinizadoras cabe destacar la de garantizar el acceso al recurso a la población litoral, donde se concentra una gran cantidad de población, dada la alta disponibilidad de agua de mar en el entorno inmediato. Entre los defectos más acusados, su elevado coste (casi 0’5 euros por metro cúbico) y el alto volumen de emisiones de CO2 asociado al importante consumo de energía que requiere su funcionamiento.

Para luchar contra este serio obstáculo y mejorar la sostenibilidad de estas plantas, las plantas de última generación se equipan con instalaciones de energías renovables que neutralizan las emisiones e incorporan las últimas tecnologías en el ámbito de la eficiencia energética. El reto es optimizar al máximo el consumo de energía para convertirlas en un equipamiento sostenible, un recurso final preparado para atender situaciones de escasez que no puedan ser solventadas únicamente con mecanismos de ahorro.