Hace mucho tiempo que tengo a la televisión como puesta en cuarentena; apenas me acerco a ella a otra cosa que no sea ver películas, a excepción de varios programas y un par de series muy concretos que me encantan. Por lo general, ante ella me muestro cautelosa y últimamente bastante escéptica. Pero reconozco que el pasado día 31, unas horas antes de las 12 campanadas, ese escepticismo y esa cautela desaparecieron de repente. Sintonicé el canal 24 Horas y no podía dar crédito a lo que estaba viendo y escuchando ¡Qué maravilla! ¡Teatro, poesía, sensibilidad en televisión! qué novedad, cuando parece que, salvo algunas fantásticas excepciones, todo eso está vetado en este medio que podría difundir y propagar ante millones de personas la luz del humanismo y de la cultura, pero que suele difundir y propagar, con demasiada frecuencia, burda y mediocre obscenidad.

La escena concreta era la actriz Blanca Portillo, en el escenario del madrileño Teatro de la Comedia, ante un patio de butacas medio vacío, verbalizando un precioso monólogo que, a modo de reflexión,  daba forma a una especie de emocionante balance sobre lo ocurrido en el año que acaba de pasar. Su papel era el de representar al año 2021. Inmediatamente me quedé paralizada escuchando un resumen maravilloso, dirigido por el periodista Carlos del Amor para el Telediario de TVE, que no se centraba solamente en la parte externa de las cosas, sino que, como decía mi madre, rascaba un poco en todo eso que no se ve pero que, en realidad, es lo que más importa; es decir, era un balance serio, lúcido, bonito y profundo.

La actriz, en su papel del año más difícil y duro en muchas décadas, ha hecho alusión a los hechos más destacados de los últimos doce meses, en España y en el mundo, como el problema sanitario, el asalto al Capitolio, la invasión de Afganistán o el final de la era Merkel. También se ha referido a la gran tormenta Filomena; y al temible avance de la crisis climática que estamos viviendo, lo cual deja en evidencia que las consecuencias catastróficas a las que nos aboca el cambio climático ya están aquí, sobre nuestras cabezas, acercando el principio del fin si los gobernantes del mundo no toman medidas drásticas, y aunque se sigue percibiendo como un problema abstracto y lejano.

Y ha recordado el gravísimo problema de la inmigración, del éxodo de personas que mueren en países en guerra o en países en los que se condena a la miseria a la población; porque el 10% de la humanidad acapara casi el 80% de la riqueza del mundo; y ha tenido unas palabras para recordar ese abrazo que dio Luna, una voluntaria maravillosa, a un inmigrante africano que lloraba desconsolado tras ser rescatado, recordándonos que ningún ser humano es ilegal, que sólo hay una raza, la humana y que, como dice el argentino Fernando Ulloa, hablar de ternura en estos tiempos de ferocidad no es una ingenuidad, sino una necesidad imperiosa.

Y en el resumen del año no ha podido faltar la referencia a la violencia machista, que sigue llenando de sangre y de muerte el universo de las mujeres, y también a los delitos de odio, a la homofobia y a la transfobia, que demuestran con claridad la intolerancia suprema de esos fanáticos que se creen a pies juntillas ese mensaje absurdo e incierto de “la normalidad”. Ni ha faltado la referencia a García Lorca, frente a su estatua en la Plaza de Santa Ana, quien fue asesinado hace 85 años por esos mismos fanáticos, al horrible grito de “maricón”. Decía H.P. Lovecraft que no hay nada más monstruoso que la gente “normal”; gente “normal” como esos seis jóvenes tan “normales” y  tan homófobos que en La Coruña mataron a golpes a Samuel Luiz el día tres de julio.

Al final del resumen ha habido otra referencia obligada, a Almudena Grandes, a quien Luis García Montero, su pareja, ha homenajeado recitando uno de sus poemas, La ausencia es una forma de invierno. Un homenaje que nos ha recordado a todos que, contra todo pronóstico, por estos tiempos que vivimos de lechuzas negras, como diría Cortázar, el amor existe, tal cual dice Natalia Junquera en una preciosa columna para El País dedicada al vínculo profundo entre los dos escritores. En esta parte del resumen anual yo ya estaba derretida casi del todo. Pero quedaba más.

“Si yo tuviera que pedir un deseo para vosotros, un súper poder, pediría el de la empatía. No te hace volar, no te vuelve invisible, pero ayudará a sobrellevar los días venideros. Ponernos en el lugar del otro más a menudo, o junto al otro, al menos, y no enfrente. ¡Ése sería un buen propósito!” dice al final Blanca Portillo a modo de deseo para el 2022. Empatía, la gran palabra que el mundo necesita, que todos necesitamos. La ausencia de empatía es la característica más definitoria de los psicópatas y narcisistas, es decir, es lo que más define la maldad extrema humana, esa maldad que, desde todos los ámbitos, consigue convertir al mundo en un lugar triste, gris y sin futuro. 

En el polo opuesto, la luz de Blanca Portillo, García Lorca, Luis García Montero; teatro, poesía, música, arte, sensibilidad, razón, empatía, ternura. Sencillamente sublime.