Alberto Núñez Feijóo ha pedido a Argelia que distinga entre el Gobierno de España y el pueblo español, y que no castigue al segundo por lo que hace el primero, porque el primero no representa a nuestro país. Incluso para un gallego, los regates que da el recién estrenado líder del PP son excesivos. Pero resumiendo, lo que quiere decir Feijóo, en un alarde de empacho democrático, es que el Gobierno de España (elegido por una mayoría de españoles) no representa  al país que gobierna.

Pedro Sánchez y su (nuestro) ministro de exteriores, José Manuel Albares, han sido algo más que torpes en su giro sobre la cuestión del Sahara y en las concesiones al gobierno marroquí. Quiero creer que existen razones geoestratégicas que explican la traición al pueblo saharaui y, si no ando errado, mucho tienen que ver con que el principal aliado de Estados Unidos en el norte de África es Marruecos y con el apoyo de Argelia a Putin en la guerra de Ucrania. Pero aún existiendo esas razones, la política comunicativa seguida hasta ahora por nuestro gobierno es algo más que criticable.

El líder de la oposición no sólo está legitimado para censurar el presunto error de nuestro presidente de Gobierno, tiene la obligación de hacerlo. Pero entre la legítima crítica y debilitar nuestra acción e intereses internacionales, alineándose con un país extranjero, hay un trecho más largo que el Camino de Santiago. Cierto es que la actitud de Alberto Núñez Feijóo es miserable pero coherente. Porque sigue la tradición histórica del Partido Popular, de poner a parir en el exterior al país que tanto ama, en cualquier ocasión que le es posible.  

No tengo la menor duda de que a la Comisión Europea el brusco cambio de rumbo de España en el Magreb le habrá parecido negligente, pero en vez de ponerse del lado argelino, disculpándose porque España no representa a la Unión Europea, ha hecho exactamente lo contrario. Se ha puesto dura con Argelia, exigiéndole que cumpla el acuerdo de asociación que tiene firmado con la UE, y ha reforzado la posición de España en el conflicto, aumentando en mucho la posibilidad de que las repercusiones económicas para nuestro país, para todos nosotros, sean mínimas.

La diferencia entre la Comisión Europea y el Partido Popular, es que la primera defiende los intereses generales de los europeos y el segundo defiende exclusivamente los intereses particulares, muy particulares, de sus dirigentes, amigos y familiares.