Desde mi más tierna infancia me han vendido la idea de los Estados Unidos como el país de la libertad. Una idea reforzada por todas esas películas donde los ciudadanos y las ciudadanas americanas se sentían orgullosos de su tierra y cantaban, mano al pecho, el himno, henchidos de emoción. Una emoción que ya se elevaba a grado superlativo cuando alguien nacido en otro lugar conseguía la nacionalidad estadounidense. Porque ahora formaban parte del país de la libertad.
Ya hace mucho tiempo que comprobé que las cosas no eran exactamente así y que las películas solo nos daban una visión chauvinista y almibarada de la realidad de la nación americana, pero en los últimos tiempos, ya ni eso. Y es que, por mucho que se dulcifique y disfrace la realidad de Estados Unidos, ya no queda ni sombre de esa libertad de que tanto presumían, si es que alguna vez existió.
Ahora ya ni siquiera disimulan. El presidente de peinado imposible ha decidido que nadie puede criticarlo y que por eso ha de acabar con todos los programas y con todos los presentadores que le critiquen y bromeen a su costa. No contento con tratar de controlar todos los poderes públicos, también le mete mano a lo privado, cancelando programas y amenazando con las licencias para emitir de quienes no le rían las gracias. Ni las desgracias.
La cuestión da mucha pena, desde luego, pero también da mucho miedo. Porque lo que ocurre no solo es censura, sino que traerá consigo la peor de las censuras, la autocensura. Porque, visto lo visto, serán mucho y muchas quienes se corten de contar o de publicar lo que piensen por miedo a acabar sin nada. Y ya se sabe, si el país no cuenta con nadie que sepa la verdad, nunca se conocerá, y la gente que solo conozca las mentiras que le quieran contar acabará votando a quien quieran que voten hasta que ya ni siquiera los votos harán falta.
Es terrible que esto ocurra en un país donde, no hace tanto tiempo, la investigación de dos periodistas acabó con todo un presidente. Pero no solo es eso. En este mundo nuestro globalizado, lo que ocurra en ese país que presume de liderar el mundo, nos afecta de una manera extraordinaria al resto, lo queramos o no.
Desde luego, no es el único líder mundial al que no le gusta que le critiquen y trata de evitarlo a toda costa. Pero este es, además, el campeón de la hipocresía, porque sigue hablando de libertades mientas se las come con patatas. O sin ellas.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)